Melchor López, poeta de Canarias, con una rica trayectoria iniciada en 1995 con Altos del sol y continuada hasta nuestros días, reside desde hace unos cuantos lustros en Lanzarote, la isla a que Agustín Espinosa dedicó el bello libro Lancelot, 28º-7º, una de las obras claves de la cultura de Canarias, anterior en cinco años a Crimen, con que Espinosa se consagró como escritor surrealista.
Buscando hace unos días un collage de Anne Éthuin en el trabajo (espléndido) que Marianela Navarro dedicó al poeta y pintor también canario, y tan cercano al surrealismo, Juan Ismael (Los sueños del durmiente. Encuentros con el foto-collage de Juan Ismael, 2007), me deparé con este collage de Melchor López, titulado Vuelven los celestes y datado en 2000:
Inquirido por su labor con los collages fotográficos, Melchor López nos escribía:
"Llevo años, décadas, componiendo fotomontajes; siempre a rachas con intervalos de años entre ellas. Pocas cosas me gustan más, pocas cosas encuentro más placenteras que empuñar unas tijeras -soy hijo de modistilla- y recortar la silueta del cuerpo de una mujer desnuda. Y ese placer es mucho mayor si esa mujer recortada es, como ocurre muchas veces en mi labor de alquimia erótica, objeto real de mi deseo.
Cada vez encuentro menos tiempo para esa práctica. Hace dos años atrás conseguí abrir una puerta en el horror cotidiano y compuse, sentado en otra orilla, la segunda parte de una serie de fotomontajes que he titulado Lo que vi en Lanzarote y otros pertenecientes a otra serie titulada Lo que vi en Tenerife. Todos los fotomontajes que he compuesto los he regalado a mis amigos. De esas dos últimas series conservo escaneados casi todas las piezas. Te las adjunto a continuación en archivos."
Si Vuelven los celestes, con sus Roques de Anaga, debe pertenecer a la serie Lo que vi en Tenerife, la serie que nos ocupa aquí es la lanzaroteña, compuesta por siete imágenes deslumbrantes, que creo hubieran regocijado a Agustín Espinosa, quien no solo fue el descubridor literario de tan extraña isla, sino un erotómano consumado:
El cuarto collage de esta serie, con su multitud asombrada, me recordó al instante el cuadro de Richard Oelze Expectación, pintado en 1934-1935 y nombrado aquí hace poco a propósito de una portada del bluesman Little Walter, en que era reproducido. A su vez, Expectación evocaba la fotografía de Eugène Atget El eclipse, que apareció en la portada del número 7 de La Révolution Surréaliste (1926) transformada por el título Las últimas conversiones. Si en la pintura de Oelze los espectadores miran hacia el cielo sombrío y amenazante de aquellos tiempos, y en la Plaza de la Bastilla estaríamos ante un puñado de flamantes adictos al "nuevo mal del siglo", como lo definió Espinosa, en el fotomontaje de Melchor López lo maravilloso absoluto irrumpiendo en la ya de por sí fascinante naturaleza de la isla canaria más africana es lo que concita las miradas de la multitud. Tanto en el grupo de Oelze como en el de Melchor López, tan similares hasta en el sombrerismo que las hermana (hasta el punto de que yo, en un primer momento, pensé que el recorte procedía de alguna reproducción del cuadro de Oelze), hay alguien que en cambio mira hacia atrás.