André Breton, collage |
No se trata de un estudio académico (y los hay muy buenos sobre Breton), sino de un viaje poético extremamente sensible y subjetivo. Tan sorprendente es, que de inmediato he pedido otros libros de este escritor al que no conocía, aunque cuente ya con una obra muy significativa. De hecho, es autor también de un André Breton & Saint-Cirq-Lapopie (2003). Ha escrito sobre Elisée Reclus (quien también interesa especialmente a Annie Le Brun), sobre Thoreau, sobre teóricos pioneros de la geografía de la naturaleza. Es poeta y ensayista, y, lo que me lo hermana automáticamente, un defensor de la vida sencilla, esencial, con dos títulos de lo más prometedores: Dromomanies y Liberté belle, a los que espero no les pase como a los poemas de Styrsky, desaparecidos en el trayecto por lo visto atribulado que dista de la casa editorial a mi apartado de correos.
Las poco más de setenta páginas que componen
André Breton et
sa malle d’aurores, y que me leí de un tirón, se componen en lo esencial del ensayo
“Signo ascendente” y el poema “Esta frescura de que estamos ávidos”. Este último
título ha sido tomado de un pasaje de Arcane 17, del mismo modo que “malle d’aurores” se
inspira en una frase de La lámpara en el reloj, el soberbio manifiesto bretoniano de 1948
ilustrado por Toyen y cuya relectura actual es de la máxima urgencia.
La metáfora del “signo ascendente” no puede
sino llevar al meollo del asunto, y si Joël Cornuault celebra lo que hay de
exaltante en el pensamiento de Breton, no deja por manos ajenas la dinamitación
consecuente de la “peste del realismo”, y en particular de todo ese arte que
arranca las alas a la libélula para convertirla en un pepino, se exprese en la
novela, el cine, el teatro o las instalaciones artísticas. Tampoco, la de los
engendros científicos y tecnológicos, siempre al servicio del poder.
El poema es hermoso, sosteniendo un diálogo
de altura y de profundidad con la propia poesía de Breton, adaptada en discurso
cursivo. El talante de la personalidad de Joël
Cornuault, discernible a partir también de lo que hemos llegado a saber de su
obra restante, se evidencia en estos versos que hacen pensar quizás sobre todo
en la Oda a
Charles Fourier.
Dos secciones más breves son dedicadas una a
la poco frecuente sonrisa de André Breton, sorprendida en un proyecto de filme
de Lise Deharme y una foto con su hija Aube, y la otra a lo que llama Joël Cornuault
“griffons d’amour”, en que enumera sus páginas más queridas de Breton y las que
dedicadas a él más le han gustado (Alquié, Alexandrian, Audoin, Bonnet, Debout,
Duits, Gracq, Ivsic, Joubert, Mayoux, Leperlier y Sebbag).
El Breton de Joël Cornuault es el poeta que
intentó restablecer al ser vivo en toda su dignidad, es decir en lo contrario
de lo que hoy masivamente está mostrando ha llegado a ser. En una nota se señala que estas
páginas han sido escritas antes de que “la actualidad haya colocado sobre la
vida la máscara de la pandemia”. Mientras los surrealistas siguen mirando hacia
otra parte, como si nada estuviera pasando (y alguno que otro hasta corre enmascarado
a “vacunarse”, para luego vanagloriarse en su página de facebook de que ya
tiene la “pauta completa”), este libro nos llega como un balón de ese oxígeno que
está hecho de poesía y de libertad.
André Breton, El ventrílocuo |