En agosto de 1921 acababa la primera serie de Littérature, con un número dedicado en su integridad al llamado “affaire Barrès”.
Hoy cuesta
imaginar la fama que tuvo Maurice Barrès en su tiempo, sin la cual no se
explica esta contundente reacción de la muchachada surrealista, que asumió la
forma de paródico juicio, celebrado a la misma hora que el consagrado escritor
disertaba sobre “el alma francesa durante la guerra”. Como a Claudel o Bergson,
no se le perdonaba a Barrès su actitud durante la I Carnicería Mundial.
El “affaire”
está perfectamente estudiado por Marguerite Bonnet en una publicación de Corti,
pero debe consultarse también, al añadir documentos inéditos, el tomo de la
colección “Surréaliste” de Jean Michel Place dedicado a los procesos
surrealistas que organizó Monique Sebbag.
A veces se ha
visto este caso como un típico “asesinato del padre”, pero obviamente hay mucho
más y esa no es sino una explicación fácil.
Tras el “Acta
de acusación” formulada por André Breton, desfilan los testigos. Uno de ellos
es Tristan Tzara, quien dice cosas muy interesantes pero concluye con una
ridícula cancioncita dadá reveladora de aquello a lo que el ácido movimiento
alemán había llegado en París. Hay una intervención de Ungaretti y otra de
Jacques Rigaut. Esta es colosal, de un derrotismo a prueba de bombas.
La gran
publicación surrealista del momento fue Le passager du transatlantique,
primer poemario de Benjamin Péret, en la Colección Dadá de Au Sans Pareil, con
cuatro dibujos de Hans Arp y una tirada de 50 ejemplares. Soupault lo reseñaría
en el primer número de la segunda serie de Littérature.