J. H. Moesman, Al atardecer, 1962 |
Una exposición
en Utrecht dedicada a Moesman, loable propósito, acaba por no ser más que un
suma y sigue del viejo confusionismo en todo lo que se refiere al surrealismo.
La obra de
Moesman es intensa y no abundante. Reunir sus cuadros y dibujos sirve para
iluminar a un artista muy poco conocido, pero como a los organizadores les
debió parecer algo escaso, la han atiborrado de cuadros eróticos de otros
surrealistas y, lo que ya riza el rizo, de obras de artistas actuales que
absolutamente nada tienen que ver con el surrealismo, pero a los que se presenta
como “sucesores” del surrealismo. Por otra parte, de los surrealistas que
acompañan la exposición no hay ni uno que esté vivo, y entre los “históricos”
por no estar no está ni Kristians Tonny.
No suelo
ocuparme aquí de las constantes agresiones al surrealismo por parte de los
estamentos artísticos o profesorales, pero en este caso lo hago por tratarse de
un personaje tan representativo y poco aireado como Moesman, quien es ahora cuando
ve por primera vez su obra exhibida en conjunto. Como desagravio, he escaneado
este poema de Ludwig Zeller perteneciente a los Tatuajes del fantasma (1987),
acompañando esta nota de la reproducción de las tres pinturas que él evoca en su
poema, del que comentó lo siguiente:
“Escribí el
poema después de leer hace nueve o diez años una monografía de este artista
holandés. Cuando hace algunos meses visité a mis amigos Frida y Laurens
Vancrevel recordé el asunto. De vuelta a casa, frente al maremágnum de papeles
no pude encontrar el original y escribí estas estrofas como un ejercicio en mnemotecnia”.
J. H. Moesman, Pasado mañana, 1932 |
J. H. Moesman, Límite, 1950 |