Hacia 1995 y repetidas veces, de paso para
mis peregrinaciones portuguesas, o de vuelta de ellas (en una ocasión,
pertrechado con una botella de oporto vintage), tuve la ocasión de
encontrarme con los componentes del Grupo Surrealista de Madrid, con quienes
incluso llegué a colaborar en sus diversas actividades.
Las relaciones fueron muy cordiales con
Eugenio Castro, José Manuel Rojo, Lurdes Martínez y Javier Gálvez, que
proseguirían muchos años en el grupo, mientras que con Conchi Benito, ya más
distanciada del mismo, solo tuve un encuentro fugaz del que solo recuerdo su
bella sonrisa.
Luego estaban Carlos Valle de Lobos y Toni
Malagrida, que se alejarían pronto, pero con quienes hice muy buenas migas. El
primero se trasladó a vivir creo que al País Vasco, y nos perdimos el rastro,
pero lo recuerdo muy bien, tan lúcido como vehemente, y de gustos certeros. En
cuanto a Malagrida, fue mi gran amistad del grupo. Tenía una excelente
formación literaria y filosófica, no la que le habían dado los estudios
universitarios, desde luego, sino la que se había forjado él mismo. Nos
pasábamos lo que escribíamos e iniciamos una correspondencia muy fecunda que ha
durado hasta el presente (y sin ninguna intervención del cacharro con que está
esto escrito). Son dos textos suyos (y pocas veces alguien puede presumir de
que se capte tan bien lo que uno ha hecho) los que “blindan” mi recopilación Mares
y fábulas, para señalar que todo aquello no es “literatura”. Por mi parte,
lector de muchos cuentos suyos que me parecían magníficos pero que no pasaban
de su presentación en máquina de escribir, le publiqué algunos en un suplemento
cultural de Tenerife. Luego, Malagrida dejó el grupo para dedicarse, desde
posiciones inequívocamente libertarias, a la lucha antiindustrial, impulsando
el boletín Los amigos de Ludd, que poseyó una extraordinaria calidad
hasta que la demagogia de alguno de sus miembros lo mandara al garete.
Ahora, firmando como José Ardillo,
Malagrida, que ya ha dado a la luz las novelas El salario del gigante, La
repoblación y Buenos días, Sísifo (así como los muy interesantes
ensayos Las ilusiones renovables y Ensayos sobre la libertad en un
planeta frágil), me sorprende con la recuperación de los cuentos que
formaban parte de la serie “Fascículos de la historia universal”. En estos
relatos terribles, Malagrida se revela maestro del absurdo, citando como las
fuentes de inspiración de algunos de ellos diferentes textos de Kafka (La
muralla china), Hawthorne (El holocausto de la tierra), Borges (el brevísimo
Del rigor en la ciencia) y Marcel Schwob (El terror final),
aunque lo que emerge de la lectura del conjunto es una formidable originalidad,
un mundo propio y un humor arrasador que le pertenece.
Otra tanda de cuentos suyos –quizás aun
superiores a estos de Los primeros navegantes y otros fascículos de la
historia universal– componen la recopilación El cumpleaños de Columela y
otros relatos, que esperamos las Ediciones El Salmón tengan la feliz
iniciativa de publicar como han hecho ahora con los de esta serie.