El interés mostrado por Sasha Vlad y Dan Stanciu hacia las pareidolias de
las viejas traviesas de madera de la vía férrea portuguesa, publicadas en este
sitio, me lleva hoy a insertar una carpeta con fotografías de un trozo de la
costa portuguesa, media docena de kilómetros entre la desembocadura del río
Miño en la playa de Moledo (donde por cierto nació el artista surrealista António
Pedro) y la playa de Gelfa.
Estas fotos fueron sacadas en varios días del año 2005 y el 28 y 29 de
octubre pasados, en que volví allí doce años después. La cantidad de rocas
sorprendentes no tiene paralelo, que yo conozca, en toda la cuerda marítima
portuguesa.
También incorporo algunas imágenes contextualizadoras o curiosas. Toda la
costa portuguesa al norte de Oporto fue tierra de “sargaceiros”, que recogían
las algas marinas luego utilizadas como abono natural por los campesinos. En las
fotos 76 y 77, sacadas en junio de 1996, vemos, sobre un molino ya desactivado,
la veleta de una aguerrida sargaceira con su traje y herramienta, pero lo simpático
de esta foto reside en el pajarito, que no me dejó en ningún momento sacarla
sin él: cada vez que volaba, yo preparaba unos segundos el zoom y, cuando
estaba ya dispuesto, él volvía a colocarse sobre la sargaceira; así unas diez
veces, hasta que él ganó la batalla. Visto ahora, creo que la sargaceira queda
hasta mejor con su graciosa compañía. En la foto 78, vemos el sargazo sobre la
playa, en aquel año de 1996. Hoy esa actividad, tan rica etnográficamente, la
supongo reducida a un mínimo, si no abandonada. Los abonos químicos supusieron
su decadencia, pero no menos letal ha sido la práctica desaparición del mundo
campesino tradicional.
(Una anécdota con evocaciones bretonianas: cautivado un día de los años 90 por
la voz oída en la radio de una sargaceira llamada Ondina, de la aldea
piscatoria de la Apúlia, al norte de Oporto, visité el lugar un día de faena, para
saludarla; al preguntarle a una de las varias mujeres que acumulaban el sargazo
por ella, me repuso que allí había muchas Ondinas, y que por tanto era
imposible saber cuál de ellas estaba yo buscando. Como la única Ondina que yo
he conocido es la de Breton, no se me pasó por la cabeza tal proliferación de
tan bello nombre.)
En la desembocadura del Miño, las fotos 78 y 79 muestran el monte de Santa
Tecla, ya en tierra gallegas, y no dejará de advertirse cómo ese monte aparece
miniaturizado en la formación pétrea de las fotos 7 y 8.
En la foto 80, vemos el Forte da Ínsua, que tiene un correlato en el Forte
do Cão, ya en la playa de la Gelfa, o sea al otro extremo de este periplo; este
segundo fortín aparece en las fotos 82, 83 y 84. El primero, como indica su
nombre, está en un islote ya a mar abierto, y el segundo, entre piedras
fabulosas. A mitad de camino de estos extremos queda la amplia playa arenosa de Vila Praia d'Âncora, población con otro fuerte, aunque ya sin la magia que tuvo: antaño bonita villa de pescadores, Âncora está hoy llena de adefesios arquitectónicos y servicios turísticos, preguntándose uno a dónde han ido a parar los propios pescadores.
Las fotos 84 y 85, por último, permiten ver el manicomio de Gelfa, un inquietante
caserón levantado en 1911. La 84 la saqué en 1997, cuando aún funcionaba esta
casa psiquiátrica situada entre el pinar y el mar y que cerraría dos años
después.