Rik Lina, Forest moon, 1995 |
El pasado otoño tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno de Zagreb la exposición “Radovan Ivsic et la forêt insoumise”, y para acompañarla fue publicado un volumen coeditado con Gallimard y por tanto muy fácil de obtener. Consta de 200 páginas con muchas fascinantes reproducciones en color y un extenso ensayo de Annie Le Brun.
El mundo poético y dramático de Radovan Ivsic, todo él ya felizmente
asequible en la propia Gallimard, es evocado de modo inmejorable en su
encuentro con imágenes y objetos, funcionando como clave lo que de insumisión
hay en la realidad y el símbolo del bosque, erigido contra la civilización
judeo-cristiana, burguesa y tecnológica. Como yo me muevo por un bosque todos los días (actividad gratificante,
absolutamente, aunque con el coste heroico de tener que ir esquivando los signos
malignos de conversión en un polideportivo y de reducción a un parque-reserva
turístico que se observan en él, como en casi todos), puedo apreciar con
especial delectación tanto este conjunto de imágenes como el ensayo agudo y
profundo de quien tantos años fue la compañera de una figura surrealista
excepcional como ha sido Ivsic. Solo echo en falta, en la galería de
reproducciones surrealistas, un poco más de audacia, como sería la evidente de
incluir a Rik Lina, el pintor-poeta de las profundidades forestales (y
submarinas).
Esa galería cuenta, en un sentido amplio, con los nombres de Styrsky,
Heisler, Toyen, Matija Skurjeni, Masson, Tanguy, Lam, Gabritschevsky, Miró,
Benoît, Schröder-Sonnenstern, Scottie Wilson, Meret Oppenheim... Nombres de
épocas pretéritas, o de la pintura llamada “naif”, son Courbet, Altdorfer,
Doré, Víctor Hugo, Felicien Rops, Ivan Generalic, Slavko Kopac... Súmense a
ellos las obras de poco conocidos artistas croatas y las de fotos de bosques
devastados por la guerra (volviendo al párrafo anterior, no deja de haber una
equivalencia degradante con las que podrían hoy sacarse de esa legión de
cretinos que corren por todas partes, no perdonando ni los más recónditos
senderos de los bosques).
Máscara del Diablo de la Bemposta, Portugal |
En el ensayo de Annie Le Brun funciona como detonante una conocida frase
atribuida a Chateaubriand, aunque no figura en ninguno de sus escritos: “Los
bosques preceden a los hombres, los desiertos les siguen”, y entre los
referentes que luego se suceden tenemos a Max Ernst, el aduanero Rousseau, Martinique charmeuse de serpents (y los
cuadros selváticos de Masson), la célebre imagen de Magritte con la frase “Je
ne vois pas la... cachée dans la forêt”, la materia de Bretaña, las
revelaciones románticas y simbolistas, el fabuloso “bosque de los sueños” de
los aborígenes australianos, los cuentos populares con sus pruebas y aventuras
y la cultura popular de las máscaras, enlazando siempre la escritora todo ello
con la obra de Radovan Ivsic, con “la formidable interiorización del bosque que
inerva su lenguaje”. Convulsivas máscaras para la extraordinaria pieza Le roi Gordogane (que ha disfrutado
también de dibujos de Skurjeni) hicieron Toyen en 1976 y Jacques Bioulès en
1989, valiéndose de elementos boscosos.
Formidable sin duda alguna es, por terminar con palabras de la ensayista,
este “puzzle de sensaciones, de deseos, de miedos, de impresiones, de ideas...
que se ha constituido para evocar el universo sensible de Radovan Ivsic”. Es un
gran homenaje que redondea gloriosamente la lista de libros aparecidos desde
2004: Poèmes, Théâtre, Cascades, À tout rompre y Rappelez-vous cela, rappelez-vous bien tout, este último publicado
a tiempo de recibir una reseña nuestra. Un conjunto que es un tesoro vivo del
surrealismo, un bosque de sueños y poesía.