El n. 43 (otoño
2015) de la revista Midi-Pyrénées
Patrimoine, dedicado a las
“huellas meridionales del surrealismo”, nos depara una sorpresa al revelar la
existencia en Tolosa, allá por los años 30, del grupo surrealista “Trapèze
Volant”, también llamado movimiento K.O.
Raphaël Neuville ha hecho un gran trabajo
rescatando los avatares de esta pionera aventura provincial del surrealismo,
protagonizada por un grupo de estudiantes ideológicamente radicales aficionados
al jazz y, sobre todo, al cine. De hecho, el grupo se funda, el 14 de junio de
1933, con ocasión de una velada especial en el cine Le Fantasio, donde fueron
proyectadas La
edad de oro, Black and tan fantasy (precioso cortometraje con Duke
Ellington y sus muchachos) y Una vida de perro de Chaplin. El nombre que quedará asociado duraderamente al surrealismo
es Adrien Dax (de hecho, yo sí tenía noticia de que Adrien Dax había animado un
grupo surrealista en Tolosa en 1933), siendo algunos de los otros Lucien
Bonnafé (estudiante de medicina a la sazón y luego psiquiatra), Jean Marcenac,
Gaston y René Massat, Jacques y Léo Matarasso, Marie-Louise Barron, Paul Ollé,
Stéphane Barsony, Henry Cazals, Claude Malafosse... Descubren el surrealismo
gracias a Ginette Augier, estudiante de filosofía en Tolosa y amiga de Joë
Bousquet, quien fue decisivo en la cristalización del grupo. Ginette regala un
manuscrito de Bousquet a Gaston Massat, quien lo visita, quedando fascinado por
su colección, en aquel cuarto mágico de Carcasonne: “Tuve la impresión de que
el mundo y mi vida comenzaban en ese momento. Max Ernst, Magritte, Tanguy se
abrían como puertas”. Todo se desencadena de modo vertiginoso, como ha ocurrido
tantas veces en el surrealismo. Leen a Rimbaud, a Lautréamont, a Sade, junto a
los textos mayores del propio surrealismo. Y lo leen como es debido, o no
hubiera afirmado Bonnafé que “la lección surrealista es una lección de
libertad”.
En 1933, el grupo organiza una exposición,
celebrada, con sentido escenográfico no convencional, en la sala de entrada del
cine. Se compone de fotografías, fotogramas, collages, dibujos y pinturas
ejecutados por una decena de personas, ninguno de ellos considerándose
“artista” e incluso realizando ante los visitantes, el día de la inauguración,
collages a partir de revistas ilustradas. Porque “la poesía debe ser hecha por
todos”.
Pero lo que más llama la atención, por su
carácter pionero, es la combinación de las obras propias con producciones de
locos, provenientes de la colección del entonces director del asilo de
Braqueville, con quien en sus cursos ha conectado Marcenac. Entre ellas destacan
las de un maniaco desconocido que desde 1915 dibujaba a color el mismo sujeto todos
los días: en total seis mil ejemplares del mismo modelo, ferozmente
anticristiano, pero del que por desgracia no restan imágenes ni descripciones.
La politización de la época, con el ascenso
de la extrema derecha y los violentos motines antifascistas en el centro de
Tolosa en junio de 1934, hacen imposible la continuidad del grupo, que
rápidamente se dispersa. Matarasso y Bonnafé se instalan en París, donde, con
Marcenac, conocen a los surrealistas en el café Les Deux Magots, visitando
Bonnafé y Marcenac a Breton en la Rue Fontaine. Marcenac publicará varios
poemas, por iniciativa de Breton, en Intervention surréaliste, pero luego se desorienta al estalinismo,
convertido en íntimo de Aragon y Éluard.
El estudio de Raphaël Neuville viene
acompañado de reproducciones inéditas de obras expuestas en 1933, conservadas
en los archivos de Bonnafé. De ellas, el collage Palais de mirages ostenta una calcomanía bien anterior al
redescubrimiento de Domínguez.
Como lecturas recomendadas, se anotan las
cartas de Joë Bousquet a Ginette Augier (Lettres à Ginette, 1980), de Lucien Bonnafé Désaliéner? Folie(s) et
societé(s)
(1991), de Jean Marcenac Je n’ai pas perdu mon temps (1982) y de Annie Weidknnet Un ciné-club en 1933 (1988).
*
André Breton observando un sapo en el jardín de Saint-Cirq-Lapopie |
Pero este pleno descubrimiento no es lo
único de este suplemento fabuloso dedicado al surrealismo. Se abre con un
trabajo de Alain Paire sobre la legendaria habitación de Joë Bousquet, y, tras
el trabajo de “Le Trapèze Volant”, continúa Didier Foucault disertando sobre la
diáspora surrealista en el Mediodía tolosano, durante los años 40-45,
atendiendo especialmente a Bellmer. Mireille Larrouy escribe sobre Artaud,
Ferdière y Delanglade en Rodez, y Dominique Rabourdin sobre Breton en Saint-Cirq-Lapopie.
Raphaël Neuville vuelva a la carga enfocando a Adrien Dax (de cuya obra es un
gran conocedor) y luego a Raymond Borde, gran cinéfilo amigo de los
surrealistas cuya ruptura con ellos, a diferencia de otros casos, resulta hoy
mohosa por lo inmerecida e innecesaria.
Guy Cabanel |
Queda para el final el otro plato fuerte del
suplemento: una muy rica entrevista a uno de los grandes nombres del
surrealismo, ese poeta inmenso que es Guy Cabanel. No hay aquí ni un momento
sin aliento, y ya de por sí merece la obtención de la revista. Me limitaré a
traducir estas palabras suyas, que vienen tras la afirmación de su rechazo del
gesto liquidacionista de 1969: “He de confesar que, si creo firmemente en la
permanencia del surrealismo, no escribo ni actúo de manera deliberada para
mantenerlo. No escribo con vistas a prolongar el vuelo surrealista, pero sé que
esa es la mejor manera de contribuir a ello”. La entrevista viene seguida de
unos poemas inéditos asociados a obras de Robert Lagarde, cinco maravillas en
ese diálogo entre poeta y artista que tan fecundo ha sido siempre en el
movimiento surrealista.
Robert Lagarde, Sacude tus brumas |