En el catálogo
de la exposición surrealista internacional de Coimbra “O reverso do olhar”, celebrada
en 2008, Beatriz Hausner era así presentada:
Beatriz Hausner, por Susana Wald |
Otros de esos
títulos son Towards the ideal man poems (2003), The stitched heart (2004)
y The archival stone (2004), pero en los últimos años la lista se ha
enriquecido con Sew him up (2010), Enter
the raccoon (2012) y La costurera y
el muñeco viviente/The seamstress and the living doll (2012).
La costurera y el muñeco viviente permite el acceso en castellano a su obra, tratándose de una
estupenda antología, con un buen prólogo que firma Rodolfo Mata y poemas muy
sobresalientes, como el que otorga título al libro, “Coppelius y su muñeca”, “La
amante del ropero”, “Cache-cœur”, “El hombre que se tragó su lengua” (dedicado
a la memoria de Laurence Weisberg) y “La casa de Rue du Château”, serie de oníricos
poemas en prosa donde incrusta, en bello diálogo poético, pasajes de Rosamel
del Valle, César Moro, Antonin Artaud o su maravillosa tocaya la trovadora
Beatriz de Dia. Rosamel del Valle y César Moro son dos de sus referentes
mayores, mostrando su arraigo en lo mejor del surrealismo iberoamericano,
revelado ya por la lista de nombres traducidos que antes citábamos, y a los que
deben añadirse los de Olga Orozco y Enrique Molina y el de un Álvaro Mutis, cuya
expresión literaria está a veces tan cercana al surrealismo (The invisible
presence: 16 poets of Spanish America, 1925-1995, aparecido en 1996,
incluye a la mayoría de estos poetas). En La costurera y el muñeco viviente,
la prosa “Hombre original” está escrita “a la manera de Rosamel del Valle”,
mientras que a César Moro le dedica “Mi gemelo poético”, título que lo dice
todo. Beatriz Hausner es también la traductora, al español y al inglés, de La
poutre creuse, poema que Édouard Jaguer había publicado en 1950 y que vio
aparecer esta edición trilingüe en Oasis el año 1982. Por entonces, viajeros
del surrealismo pasaban por Toronto para encontrarse con los Zeller, y entre
ellos, aparte un Arturo Schwarz, un Schlechter Duval o el “fabulosamente
divertido” Eugenio Granell, se encontraba Édouard Jaguer, hace poco recordado
por Susana Wald. Esto lo refiere Beatriz Hausner en la interesante
autosemblanza surrealista que traza en Surreal Estate, antología de
trece nombres canadienses influidos por el surrealismo, donde solo con ella,
con William A. Davison y con Steve Venright vamos más allá de la mera y confusa
influencia. Porque, como Beatriz Hausner señala en el mismo texto, el
surrealismo es “una manera de vivir, una manera de estar en el mundo”.
Algunos poemas
de La costurera y el muñeco viviente proceden de The wardrope
mistress, pero no dos títulos que en esta página del surrealismo tienen que
nombrarse: “Je ne mange pas de ce pain-là” –la frase definitiva de la ética
surrealista– y “Magritte lover’s in Toronto” –reaparición en otra geografía de
los amantes que en 1928 se besaban a través de sus mortajas, haciéndonos pensar
al mismo tiempo la bella portada de Susana Wald en La philosophie dans le
boudoir, otra de las inolvidables pinturas de Magritte. Pero siempre
Beatriz Hausner es una escritora insólita, sorprendente. Un libro en este
aspecto emblemático, que por su carácter unitario no tiene representación en La
costurera y el muñeco viviente, es Enter the raccoon, sobre los amores
de la escritora con un mapache de talla humana. Laurens Vancrevel la ha
calificado de “fábula excepcionalmente profunda”, “historia fascinante,
obsesiva y melancólica sobre el deseo sexual, sobre las exploraciones y el
miedo del otro, pero también sobre la alegría y el terror del abrazo”.
Combinando reflexiones e imaginario, revela de nuevo su interés por “el
fabuloso cuerpo de poesía” legado por los trovadores, en este caso al evocar el
enloquecido amor de lonh de Jaufré Rudel. En otra ocasión, Laurens
Vancrevel, que ha traducido los poemas de Beatriz Hausner al neerlandés, se
refiere justamente a “su notable seguridad de expresión para relatar los
fantasmas y los sueños en frases precisas y turbadoras”.
Beatriz
Hausner, a quien una “estela” de Allan Graubard celebraba en And tell tulip
the summer, es una presencia firme en las más significativas
manifestaciones recientes del surrealismo: Debout sur l’Oeuf, Hydrolith,
La chasse à l’objet du désir, el almanaque de Brumes Blondes...
La poesía de
Beatriz Hausner es bella como los mares que transportan armarios perfumados, gigantescos
nidos de águilas reales, castillos estrellados de ventanas en llamas, la
palmera tropical que soñaba con navegar y el sofá campestre de Kafka, con
insólitos seres híbridos recostados en molicie sideral.
Rik Lina, The wardrobe mistrees (For Beatriz), 2012 |