Con una extensión de 350 páginas,
el número 21-22 de Salamandra es el más sólido de los aparecidos hasta
el presente, manteniendo incólume la línea que la revista ha venido ofreciendo
en los últimos tiempos. Algunos trabajos podrían ir indistintamente en algunas
de las pocas revistas de crítica social radical que hay en España, y otros
tratan fenómenos recientes tan circunstanciados que mi desconocimiento de ellos
me hace leerlos a salto de mata, aunque esa misma lectura revela reflexiones
generales de interés. Me ocupo pues, en particular, de lo más específicamente
surrealista, y ahí es mucho lo que ofrece la revista, con propuestas y
experiencias de mucho valor.
Los motivos que me llevaron a
disgustarme con algunos números anteriores prácticamente no existen en este,
como no sea cuando en uno de los artículos sobre el “materialismo poético” el
autor muestra no haberse enterado todavía de que el surrealismo no ha sido
nunca una vanguardia.
Ese apartado sobre el
“materialismo poético” es destacado en la portada como el principal de la
revista, junto al que lleva el título de “Crítica y onirocrítica de la ciudad”.
En este, hay textos de José Manuel Rojo, Miguel Amorós, Emilio Santiago, Javier
Gálvez/Bruno Jacobs, y Mattias Forshage/Erik Bohman. El de estos últimos ya
había aparecido en inglés en el primer número de Hydrolith, mientras que
el de Gálvez y Jacobs es una tercera edición enmendada del folleto Cádiz
oculto, ya reseñado en este blog.
Una rica encuesta sobre “la
ciudad onírica” redondea este apartado. Como es la tónica en Salamandra,
la mayoría de los textos van acompañados de documentación fotográfica,
gustándome destacar aquí las respuestas de Julio Monteverde y Noé Ortega.
La noción de “materialismo
poético” ya la utilizó Sarane Alexandrian en 1948, pero en su caso para
oponerlo al materialismo dialéctico, que, a su juicio (certero), ya había
degenerado y cedido el paso al “materialismo orgánico” de las consideraciones
existencialistas. Más recientemente, Bruno Jacobs se vale de la expresión al
menos desde la publicación de los tres números de Anyway, en 2004. En
esta sección hay ensayos de Emilio Santiago, Julio Monteverde, Jesús García
Rodríguez, Eugenio Castro, Bruno Jacobs y José Manuel Rojo/Javier Gálvez. El de
estos últimos es espléndido, y además aborda una de las cuestiones que hemos
agitado aquí últimamente: la del “método científico”. José Manuel Rojo presenta,
en un lúcido y amplio texto, “el ensayo de materialismo poético experimental
de Javier Gálvez, pasando por el cedazo de la analogía las leyes más
respetables de Pitágoras, Arquímedes, Rudolf Clausius, Lord Kelvin, Robert Boyle
o Edme Mariotte”, lo que de manera menos humorística pero igualmente demoledora
hace el gran John Zerzan en su ensayo sobre los números, citado en este mismo
blog hace una semana. El principio de Arquímedes, la primera ley de la
termodinámica, el teorema de Pitágoras y la ley de Boyle-Mariotte son los
ejemplos elegidos ahora por Javier Gálvez para sus geniales parodias ilustradas
por sus fotos, parodias de las que ya había dado muestras en algunas de sus
ediciones propias, concretamente en Vagabundo del vaho y Teoría de
los pasajes.
Ley de Boyle-Mariotte |
No menos valiosa es la sección titulada “Laboratorio de lo imaginario”, que abre una nota sobre las “exposiciones” gaditanas reseñadas en “Surrint”. “No espiéis los juegos de los niños” es el título de conjunto de cuatro fotografías intervenidas de Eugenio Castro, en la estela de Reaparición de la isla misteriosa y Tribulaciones de una calavera, aquí los perversos polimorfos dedicados a inquietantes actividades. Sigue la reproducción de cinco objetos “fetiches” de Leticia Vera y de unas “revelaciones nocturnas” de Antonio Ramírez, que acompañan su “Indagación para una mitología personal”, cuya traducción francesa, en La chasse à l’objet du désir, se anticipó a esta versión original. De Antonio Ramírez hay también, más adelante, un artículo sobre los carteles publicitarios ruinosos, citando los “decollages” de Malet, aunque la referencia mayor es el formidable texto de J. Karl Boggarte “Aspectos revolucionarios de la vida cotidiana. Una introducción a los carteles lacerados”, bella defensa del vandalismo poético publicada en Surrealism & its popular accomplices.
El otro artículo del “Laboratorio de lo imaginario” es de Vicente
Gutiérrez Escudero, y se titula “Construcción de un objeto rizomático”. Más
imágenes hay en las sugestivas colaboraciones de Niklas Nenzén y Bruno Jacobs.
El primero da una muestra de sus “dibujos inconclusos”, y el segundo de
“paisajes recompuestos”, en este caso despojando de sus naturalezas muertas a
las imágenes de Luis Meléndez, maestro del género a quien se las encargaba
Carlos IV, para poner de relieve sus fondos paisajísticos, de estilo
napolitano, que por algo él mismo era de Nápoles (Meléndez, por cierto, aunque
al servicio de los poderosos, moriría en la indigencia).
N. Nenzen, Ahora no, me estoy evaporando |
La sección más emblemática de Salamandra es, por supuesto, la de
“¡Más realidad!”, en la que yo mismo llegué a participar. Ya aludí hace un par
de semanas a la preciosa comunicación de Julio Monteverde, “Los ojos abiertos
en la ciudad”, por la presencia de Nadja y del motivo de los ojos, pero sin
advertir, en el primer vistazo que le eché a la revista, que pocas páginas
después Eugenio Castro descubría en una calle de Madrid la estrella de Nadja,
en un dibujo de asombrosa semejanza con el de ella. Noé Ortega, quien sabe que
“en ocasiones la realidad se abre en canal y se manifiesta con una exuberancia
poética arrebatadora a partir del momento en que lo imaginario interviene en el
terreno de lo común para reafirmar su verdad y revertirla hacia el mundo”,
indaga en un barrio proletario santanderino su pasado submarino, con preciosos
hallazgos. “Espejismos” y “Saqueadores de espuma”, de Bruno Jacobs y Lurdes
Martínez, respectivamente, completan esta sección de magia cotidiana, en la
siempre eficaz forma de la relación cronológica de los hechos sorprendentes.
De Bruno Jacobs y Lurdes Martínez hay precisamente otras dos importantes
colaboraciones. “Espacio, tiempo y surrealidad” es una de las típicas notas del
primero, tan breves como jugosas. Con “Saqueadores de espuma”, Lurdes Martínez
nos lleva a las playas del sotavento algarvío portugués, donde lleva algunos
veranos fotografiando las efímeras construcciones que el capricho levanta sobre
la arena, vistas como “vestigios de la creatividad anónima”.
En 1974, Ludwig Zeller y Susana
Wald festejaban el cincuentenario del surrealismo con la edición de doce sellos
conmemorativos con collages, uno de los cuales llevaba la leyenda “Ghosts are
necessary”. Ahora, un fino texto de
María Santana, “Sobre el anhelo de encontrar fantasmas”, acompañado de unas estupendas
fotografías en que irrumpen los fantasmas, parece responder a aquella necesidad
imperiosa. “Confeccionar un fantasma –concluye su escrito– es una insurrección
consciente frente a la racionalidad positivista que trata de reducir el mundo
al ámbito de lo cuantificable. Se trata de poner en marcha el imaginario y los
deseos, enfrentarse a un anhelo demencial y absurdo, tensar lo posible y
ofrecer un encuentro con lo maravilloso aunque sea terrorífico”. Señalemos que
el n. 2 de Imaginación Insurgente, publicado en 2013, estuvo dedicado
precisamente a este tema, con colaboraciones de María Santana, Antonio Ramírez,
Lurdes Martínez, José Manuel Rojo y Eugenio Castro. Y que Las mercancías
mueren, las cosas despiertan, del mismo año en La Torre Magnética, incluía
el texto “El objeto inesperado” de María Santana y Antonio Ramírez junto a
otros de José Manuel Rojo, Eugenio Castro, Noé Ortega y Vicente Gutiérrez
Escudero, quien procedía a una clasificación de los objetos de hallazgo urbano
en naturales, artificiales, suicidas y oníricos. El texto de Castro sobre “los
trastos arrumbados” (ya aparecido en un número anterior de Salamandra)
y el de Noé Ortega sobre “los objetos suicidas”, son preciosos.
Aunque precisamente algunos de estos artículos sobre el objeto ya
aparecieron en Hydrolith, el n. 21-22 de Salamandra no abunda en
escritos ya conocidos. Las traducciones son pocas, pero valen la pena: de Guy
Girard, el “Compendio de historia universal en sueños”; de Laurens Vancrevel,
“Para qué”; de Kenneth Cox, su presentación de los juegos surrealistas en Lo
que será, seguida de los ejemplos de los grupos de Atenas, Londres, Chicago
y Checo y Eslovaco.
Uno de los grandes refuerzos del grupo Salamandra a lo largo de estos
últimos años ha sido el proveniente del equipo santanderino de Anémona.
Las colaboraciones de Noé Ortega y de Vicente Gutiérrez Escudero nunca son
menos que magníficas. Del segundo se anticipa con un capítulo el libro Invernadero
de barcos. Reflexiones y sueños de un durmiente en resistencia, que muestra
cómo Salamandra, tras el libro de Julio Monteverde, sigue poniendo mojones en
el gran tema del sueño.
Por fin, en esta reseña que solo pretende cumplir la función de una
incitación a la lectura, debe señalarse que los poemas van repartiéndose
acertadamente en pequeños grupos, concretamente cinco, a lo largo de la
revista. El que Belén Sánchez y Eugenio Castro componen “a partir de un libro
encontrado e intervenido mediante el procedimiento de borrado y selección de
frases”, nos lleva de nuevo a Las profecías atlánticas, que comentamos
hace una semana.
Eugenio Castro, Los busca-huesos, 2012-2013 |