Nada más adecuado a una revista
como L’Or aux 13 îles que esta cubierta de fuegos artificiales asociados
a la sabiduría mántica de los caminos de las manos que poéticamente escriben,
pintan, aman, modelan, extraen sonidos de los más variados instrumentos
musicales... Se anuncia en esa cubierta un denso homenaje a Alan Glass, que
abre la revista tras la presentación de Jean-Christophe Belotti, gracias a
quien ya disponemos de tres números de la que puede considerarse, con Debout
sur l’Œuf, la más bella revista del área surrealista en las últimas
décadas, y que recuerda a Minotaure en la plasmación lujosa de la riqueza
de lo imaginario, sin que tampoco falte, por supuesto, la riqueza de
pensamiento, como tenemos ya desde las incitantes palabras de Belotti.
Alan Glass ya no es “el más
desconocido de los surrealistas”, como dice Alain Joubert en su fino artículo,
y no lo es desde que se le dedicara en la colección Phares uno de los mejores
dvds de una colección que poco a poco ha ido naufragando y perdiendo la
categoría de “excepcional” que le otorga el mismo Joubert. Además, en México le
consagraron una gran monografía, aunque de esas que hacen las instituciones
públicas y que luego ni saben distribuir (un colmo reciente: la exposición de
Iván Tovar en la Fundación Granell, cuyo catálogo era imposible conseguir in
situ porque se habían mandado todos a la República Dominicana). Por suerte,
este fantástico dossier es más asequible, dando cuenta de la actividad de uno
de los grandes espíritus del surrealismo, al que Alan Glass ha permanecido fiel
toda su vida. Aparte los textos de Alain Joubert (hay también su relato erótico
“La perla fina”, una de las “misivas lascivas” del catálogo Éros, acompañando
dos creaciones con perlas), tenemos el breve poema de Alejandra Pizarnik
dedicado a él y titulado “Árbol de Diana” (“En la jaula del tiempo / la dormida
mira sus ojos solos // el viento le trae / la tenue respuesta de las hojas”),
un texto de Leonora Carrington “a Alan” y unas páginas con el libro-objeto La
unidad de lo múltiple de la misma Leonora (poema) y el artista (grabados).
El Proyecto de monumento a la memoria de Brillant-Savarin, autor de la Fisiología
del gusto, o sea del primer tratado de gastronomía, se acompaña de uno de
los grandes textos de Remedios Varo: su “Receta para provocar sueños eróticos”,
receta que sus muchas estudiosas antisurrealistas debían poner en práctica,
para dedicar su tiempo a soñar eróticamente, más que a escribir asnadas sobre
André Breton.
Dos de las obras reproducidas
conciernen precisamente a Breton: El festín de los grandes transparentes y
Hacia el oro del tiempo (Tributo a André Breton), que es de 2002 y vemos
aquí:
Unos poemas de Roger Renaud
suponen el reencuentro poético con un escritor a quien debemos ensayos
absolutamente excepcionales en el Bulletin de Liaison Surréaliste y en La civilisation surréaliste y cuyos poemas de 1969 a 1974 fueron
reunidos en 1995 con el título de Humeurs
de cendres rumeurs du sang. Hay
que agradecer a L’Or aux 13 Îles este reencuentro, que viene en la secuela
de las magníficas respuestas dadas por Renaud a la encuesta sobre la
exaltación, contenidas en el n. 1 de la revista.
Mauro Placì presenta los sorprendentes dibujos de un muchacho de siete
años, Alexandre Cattin, quien, llevado de un “vértigo ornitológico”, inventa
los “tansortas”, los “arcrovariables”, los “narduelis”, “mariposas-hadas”, etc.
Un largo poema de Placì se inspira en estos dibujos, que también son presagios
siniestros para “los denominadores comunes”, para “los demoledores de la vida”,
para “los constructores de prisiones psicológicas”, para “los profesores en su
trono de hierro”, para “los despreciadores del sueño”, para “las fuerzas del
orden”, etc.
Pero la contribución extraordinaria de Mauro Placì a este número es un
artículo capital sobre Rimbaud, y baste decir que si se
hubiera publicado en tiempos de ese gran rimbaldiano que era Mário Cesariny, ya
yo se lo hubiera hecho llegar a su domicilio. “Rimbaud, modernidad por
contumacia”, es un ataque necesario a la apropiación “moderna” del más salvaje
poeta del siglo XIX, y que yo sitúo por encima de todos los de cualquier época.
Mauro Placì denuncia el “festival de buena voluntad” que ha consistido en
falsificar la obra de Rimbaud con miras a convertirlo en inofensivo, a
aseptizarlo con el sello de lo “moderno”, cuando en Rimbaud esta noción, como
demuestra Mauro Placì, aunque ya lo supiera quien no se haya querido engañar,
es totalmente negativa. Huir de lo moderno, o socavarlo, es lo
único que puede interesarnos, y Rimbaud es a la vez antimoderno y
revolucionario, la negación absoluta del “confort” de Occidente, de sus
principios fundacionales y ecuménicos y de todo conformismo. El admirable
trabajo de Mauro Placì, sólidamente documentado, se abre con una valoración del
“silencio” rimbaldiano, convertido por algunos en “verdadero acto de
consagración de los sacrosantos valores modernos”, y refuta en seguida la
lectura que hace Yves Bonnefoy de “Saldo” como la “liquidación de todas las
esperanzas de Rimbaud” (lo mismo diría Jose Pierre, y con la misma intención de
conducir el pensamiento rimbaldiano a una resignación final). El texto de Mauro
Placì es capital porque viene a cercenar todas las interpretaciones que han
privilegiado esa supuesta liquidación, prefiriendo apoyarse en unas palabras de
René Char: “Rimbaud es el primer poeta de una civilización aún no aparecida”, a
lo que Placì añade: “Esa civilización no es la nuestra y sin duda no aparecerá
jamás”. ¿O es la civilización que ha intentado e intenta encarnar el
surrealismo, en su desafiante postura, como era la de Rimbaud, de “un rechazo
sublime, altivo y puro de todo compromiso”?
Las páginas de Joël Gayraud son un recuerdo a Jacques Le Goff y Le cachet de la poste, libro muy celebrado en que se describían
los itinerarios de la década 1989-1999. Aquí se describe un trayecto en el
otoño de 2002, que viene a ser como una posdata al libro de Le Goff. Su
propuesta aparece aquí rodeada por algunas cartas del tarot y con las señales
del paseo, que se continúan en las páginas siguientes de esta aventura que tuvo
la suerte de contar con un Gayraud que la relatara, “arrastrados en la espiral
del encantamiento”. Apasionante, y para leer, no para contarlo yo aquí.
Como es sabido, Bruno Montpied, en su interesantísimo blog “Le
poignard subtile”, se afana exitosamente por colocar “pasarelas entre el arte
popular, el art brut, el arte naïf, el surrealismo espontáneo y el arte
inmediato”. Centrado en su país de acción, Francia, hace ansiar indagaciones
paralelas, y cuánto hubiera dado yo tener otra vida para ocuparme del país que
mejor conozco, Portugal, donde pude en otros tiempos hacer algunos
descubrimientos pasmosos (hasta llegué a tratar. al norte de Oporto, a un
ceramista de fantasía, especialista en demonios, que se llamaba... Mistério).
En este número de l’Or aux 13 Îles, Montpied –que ya en el n. 1 viajaba
a las construcciones fabulosas del abad Fouré y en el 2 recorría “el reino
paralelo” de una fascinante colección de “arte inmediato”– dedica un reportaje
al ya desaparecido matrimonio Beynet y sus “botellas maliciosas”, que no pueden
sino gustar a los “amantes de la poesía ingenua”. Aunque no sea frecuente esto
de pintar las botellas, podemos recordar a Magritte, una reproducción de las
cuales (la del cielo estrellado con el antifaz de cúmulos diurnos) tengo yo
siempre a la vista. Los Beynet no anunciaban ni vendían sus botellas, que, como
vemos aquí, colgaban del techo para que el curioso las hiciera girar o girara
en torno a ellas. El erotismo no falta, o no estuviera presidiendo el Diablo
todo el cotarro.
Si hace poco tiempo hablábamos de
lo en falta que se echaba el humor lúdico y mistificador de la Encyclopédie
Da Costa, he aquí que nos topamos en nuestra revista con una serie de
artículos de otra enciclopedia, la dirigida por el profesor Glaçon, personaje
de la misma familia que el profesor Canterel, ya que se nos lo presenta como
una “personificación de la imaginación”. La enciclopedia, con música,
películas, textos e imágenes, parte de la premisa de que “el verdadero saber,
el verdadero conocimiento, no existen más que en la imaginación de cada uno”.
De los 36 volúmenes que componen la enciclopedia del profesor Glaçon, se da
aquí tan solo un compendio de musicología imaginaria, en concreto sobre la
guitarra automática. El maestro de ceremonias es François Sarhan, a quien se
deben también las numerosas ilustraciones.
La música está presente también
con un disco compacto de Bonadventure Pencroff (nombre de uno de los cinco
náufragos de La isla misteriosa de Julio Verne). Instrumentistas
bretones y de Chicago, estos tanto de la música electrónica como del llamado
jazz libre (noción que nunca me ha gustado, porque el jazz es libre desde que
empezó a soplarlo Buddy Bolden, y libre ha seguido siendo siempre), aúnan
fuerzas para “experimentar imaginarios, para tomar lo imaginario como un
bajel”. Pero sobre esta singladura nada tengo yo que decir, ya que, al igual
que me ocurrió con el disco de Patricide y con el de La chasse à
l’objet du désir, a duras penas llegué a terminar la primera audición. Pero
quede nueva constancia del interés musical que ha ido acrecentándose recientemente
en el surrealismo y sus alrededores más cercanos.
El extracto del guion inédito
“Los insectos” de Jan Svankmajer (pero antiguo, de 1971) y unas cuantas reseñas
completan este número. Las reseñas son sobre el propio Svankmajer y sobre Jan
Krizek por Bertrand Schmitt, sobre Stanislas Rodanski por Jean-Christophe
Belotti y sobre Laurent Albarracin por Anne-Marie Beeckman. El de Svankmajer se
ocupa de Dimensions of dialogue, obra que Bertrand Schmitt llevó a cabo
con la colaboración de Frantisek Dryje, Ivo Purs y el propio Svankmajer, en un
intento (logrado) de mostrar todos los recovecos de la obra y del pensamiento
del cineasta checo saliéndose de los lugares comunes a que su divulgación ha
llevado en ocasiones. En su reseña de Éclats d’une vie, Belotti destaca
la gran labor de desciframiento, de presentación y de edición que viene
haciendo François-René Simon para la plena recuperación de una obra tan
decisiva como la de Rodanski. Anne-Marie Beeckman reseña Le secret secret,
poemario de Albarracin en Flammarion y Bertrand Schmitt la exposición y el
catálogo de Jan Krizek, ya en “Surrealismo internacional” comentados una y
otra.
Y para acabar con música, he aquí
un espectáculo musical de François Sarhan, hace cuatro años: