Una pequeña exposición de las
primeras obras (1946-1954) de Joan Ponç tiene lugar en la ciudad de La Laguna,
triste emporio turístico de la Europa africana donde la magia, comúnmente
aplastada, por unos días puede aflorar.
El catálogo lleva unas páginas
del pontífice máximo de la crítica artística hispánica, José Corredor-Matheos,
quien fiel sin duda a la visión del arte como espectáculo y mercado, considera
que “tras la segunda guerra mundial, en París, el surrealismo había perdido
fuerza y ya no constituía la corriente dominante, a pesar de los esfuerzos de
su pontífice máximo, André Breton”. Sobre la “pérdida de fuerza”, baste recordar
el reciente libro de António Cândido Franco, que aquí reseñé hace muy poco,
tratando esta cuestión.
Para el sumo pontífice del
academicismo crítico artístico hispánico, la obra de Joan Ponç “es realista, en
un sentido profundo”. Pero por suerte, podemos darle una patada al academicismo
de los maestros en arte y limitarnos a mirar los cuadros de Joan Ponç sin esa
profundidad en que, como ocurre con la estupidez, todo parece ser posible. Si
Agustín Espinosa hubiera conocido la pintura de Joan Ponç, al verla
caracterizada como “realista”, habría explotado como cuando, en el admirable y
siempre actual artículo de marzo de 1936 “Suma y sigue del confusionismo en
España”, le respondió virulentamente a Juan del Encina (“nuestro oficial
crítico de arte”) por haber calificado como tal la poesía de Bécquer.
La pintura mágica, antirrealista de
Joan Ponç es una de las pocas glorias de los años 50-70 en España, como lo fue
también la poesía de su amigo Cirlot. De 1953 a 1962, Ponç, que en el 53 había
conocido a Mário Pedrosa en París, vivió en Brasil, país que definió como “el
único lugar donde podía superar las destructivas autocríticas que me asaltaron,
el único lugar donde mi amor a lo mágico, esencia de mi arte, podía encontrar
un ambiente adecuado, que mantendría y amplificaría mi capacidad de penetración
en los momentos más oscuros”. Momentos oscuros los tuvo, incluida una breve
estancia en un hospital psiquiátrico de São Paulo. Pero sin duda que Brasil,
donde creó escuela, le permitió librarse del psiquiátrico al aire libre que era
entonces (y no es que haya cambiado mucho) España. Viajó con frecuencia por la
tierra brasileña, recordando sobre todo su visita a Congonhas do Campo, donde
conoció de cerca la obra del escultor barroco Aleijadinho.
Entre los cuadros de Joan Ponç que hay en esta exposición se encuentra Contornos, uno de los más conocidos, destacando también Castillo azul, Calle sin ningún mérito arqueológico, Fanafafa Veribú, Personaje en rojo, dos guaches de la suite Alucinaciones y Nocturno, un detalle del cual vemos en la portada del catálogo.
Entre los cuadros de Joan Ponç que hay en esta exposición se encuentra Contornos, uno de los más conocidos, destacando también Castillo azul, Calle sin ningún mérito arqueológico, Fanafafa Veribú, Personaje en rojo, dos guaches de la suite Alucinaciones y Nocturno, un detalle del cual vemos en la portada del catálogo.