Collage de S. Navarro y dibujo de O. Rosales |
Estas tres ediciones incluyen
todas los dibujos de Luis Ortiz Rosales, hechos, como los poemas, en la prisión
de Fyffes, donde la canalla franquista había encerrado a ambos, como a tantos
otros, en la terrible represión que siguió al levantamiento militar, cuyo éxito
en Canarias fue inmediato. La singularidad está en ir acompañado el poema,
también, de una serie de collages muy interesantes de Silvia Navarro, el
primero de ellos con una serie de barrotes de madera ante una playa insular,
alusiva a la “isla de las maldiciones” en que se había convertido la isla de
Agustín Espinosa y de Domingo López Torres. Es imposible no leer el texto que
cierra Crimen (“Epílogo en las isla de las maldiciones”) sin pensar no
ya en el naufragio del propio Espinosa, sino en la muerte de López Torres y
tantos otros que fueron arrojados al mar metidos en un saco:
“Esta isla lejana, en la que
ahora vivo, es la isla de las maldiciones.
Bulle a mi alrededor un mar
adverso, de un azul blanquecino, que se oscurece en un horizonte marchito,
vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas. Hay bajo mis pasos una
masa de tierra parda bajo puñales curvos de cactus, higueras mórbidas y aulagas
doradas. Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras violetas de unas
garzas. (...)
¿De dónde ha venido ese grito que
ha interrumpido de pronto la tarde y ha hecho volver a un mismo tiempo todos
los ojos y todas las manos hacia un mismo punto vago y distante?
¿Y de quiénes son esos cadáveres
que ha tendido la última marea sobre las playas del alba y de quiénes esas
coronas de rosas y esos pasos silenciosos sobre la arena en sombra?”
El poeta Régulo Hernández dirige
a López Torres cuatro breves y emotivos textos pidiéndole su “escritura de
proa, de mascarón altivo, de verano incauto, de atlas sin frontera, abierta a
las aguas y a los vientos”. Y titula estas notas “Suelo y cielo”, porque “suelo
y cielo son, al fin, las cifras de tu entrega: inundación, resplandor, raíz,
flor, estrella, hueco”.
Domingo López Torres solo contaba
al morir 26 años, y sin duda hubiera sido uno de los grandes nombres de la
cultura canaria. Su poesía iba forjándose, y como ensayista ya había logrado
una perfecta madurez. En la España de su tiempo, solo él y Manuel Viola
lograron defender el surrealismo con total lucidez y pleno conocimiento de
causa, sin las deformaciones al uso. Comprometido en las luchas políticas y
sociales de su tiempo, fue un objetivo inmediato de quienes protegían el orden abyecto que, tras la espeluznante
colonización del territorio canario, allí se enraizó.
La reedición de Lo imprevisto –como
su competente traducción francesa– es un acto de honor, porque además va
revestido de la simpatía fraterna hacia unos poemas cuyo principal valor no reside
solo, como el de tantos otros, en su calidad, o en lo “estrictamente poético”,
sino en testimoniar cómo, en las circunstancias más trágicas y terribles, la
poesía logra aflorar con su llama que también atraviesa los barrotes del
tiempo.