Gérard Vulliamy disfruta por fin de una gran monografía, publicada en las Éditions de la Rmn-Grand Palais. A la vez, el Musée des Beaux-Arts et d’Archéologie de Besançon, inauguró el 9 de diciembre (con duración hasta el 2 de abril), una exposición de sus dibujos surrealistas, exposición que va de 1930 a 1947
Con una gran riqueza visual, el texto de la monografía, extenso, es de Lydia Harambourg, que realiza un buen trabajo, aunque no escape al enfoque académico del surrealismo. Así, cuando trata de Vulliamy y el surrealismo, dice que no se adhirió “oficialmente” a él (aún no sabemos en qué consiste ser surrealista “oficial” y “no oficial”) y que rehusó fidelidad al “dogmatismo” de André Breton (curioso dogmatismo, ya que a renglón seguido refiere cómo Breton lo invitó a la Exposición Internacional del 38). En fin: los tópicos de costumbre. Por otra parte, habla de Ensor como surrealista (toda una novedad, a no ser que la “no oficialidad” llegue tan lejos) y apunta como “tema” muy querido del surrealismo la “evasión por el sueño” (como si el sueño hubiera sido jamás para el surrealismo una “evasión”).
El trabajo de Lydia Harambourg se estructura en cuatro secciones: Inicios, Entrada en el grupo Abstracción-Creación en 1932, Evolución hacia el surrealismo alrededor de 1935 y Retorno a la abstracción hacia 1948.
En los inicios, resaltaremos sus fotodibujos del 31, a los que ya prestó atención Edouard Jaguer en Les mystères de la chambre noire. Son sin duda la causa de que la exposición de Besançon comience unos años antes de la fecha de 1935.
En su etapa Abstracción-Creación, lo que más interesa es su “primitivismo”. Ese primitivismo lo señala la ensayista en la “Fantasmagoría” de 1933, que relaciona con las “Masacres” de Masson, en el cuadro del mismo año “El pájaro lira”, anticipo a su juicio de Cobra y, como raíz, en la fascinación de Vulliamy por el jazz y por el arte africano y oceánico. Vulliamy era miembro del Hot-Club parisino, y vio en acción a la gran orquesta de Arthur Briggs, a Sidney Bechet, a Louis Armstrong. Fue coleccionista de arte oceánico, y a él pertenecen estas palabras: “Quizás tengo una atracción particular por el lado mágico y la transposición de ciertos símbolos oceánicos, hechos de movimiento donde los vacíos cuentan tanto como las formas plenas, con un cierto sentido del espacio, como en la escultura actual”. En la foto que encabeza esta reseña, vemos al artista al lado de una de sus esculturas en yeso de 1933, hoy desaparecida.
La etapa que nos interesa se sitúa pues, entre 1935 y 1948, resaltando el hecho que, de 1929 a 1939, Vulliamy trabajó en el mítico Atelier 17 de Stanley Hayter. En 1937, el artista declara que “todo debe ser engendrado de manera tan normal como las ramas alrededor de un tronco de árbol”. Este es el año en que termina su cuadro más famoso: “El caballo de Troya”, una obra maestra, aunque no lleguemos a afirmar, como hace Lydia Harambourg, que sea “una de las obras mayores del surrealismo”. De él diría Edouard Jaguer: “La mesa de disección maldororiana se engrandece aquí hasta las dimensiones de un torneo despiadado entre los cuatro elementos y dibuja un lugar a la vez cerrado y abierto, con algo de la caja de Pandora en el instante de su fractura, donde navegan a la deriva como sobre un mar desmontado sillas al abandono y restos sexuales víctimas de los más espantosos éxtasis”. Grandes obras jalonan este período visionario, aunque los motivos en que se inspira resulten a veces convencionales. Citaré, sobre todo, “El metrónomo del deseo”, “La esfinge”, “Día de otoño”, “El deshielo de las fronteras”, “La llamada del vacío”, “La nostalgia” (titulado inicialmente “El concierto fantástico”, un cuadro impresionante), “Los ojos translúcidos”, “La salamandra pompeyana” y “El nacimiento de Venus”. Aquí vemos al artista dando los últimos toques a este último cuadro, con su paleta-concha:
Ver estos cuadros reunidos en este magnífico libro avala la afirmación de alguien tan avisado como Marcel Brion, quien, en su libro sobre el arte abstracto (1956), tras señalar que Vulliamy logró transponer en aquellos años el espíritu del Bosco al vocabulario plástico de los surrealistas, afirma: “El surrealismo le ha inspirado algunos de sus más bellos lienzos, de una fuerza visionaria extraordinaria”.
Vulliamy aparece en el grupo La Main à Plume, estudiando muy bien Lydia Harambourg su participación. Ya en 1945 dibuja –en la estela abierta por Géricault en 1822– los retratos de los moradores del asilo de Saint-Alban, para ilustrar el libro de Paul Éluard Souvenirs de la maison des fous. Vulliamy se interesa entonces por el “art brut”, e incluso poseía objetos hechos por sus modelos, de los que dos de madera son reproducidos en esta monografía. También anotemos que, en 1948, expuso unas esculturas hechas a partir de fragmentos encontrados en la playa, con el título de “Cerámicas y esculturas improvisadas”. Puro surrealismo, que viene a ser como un adiós al surrealismo.
En 1962, Vullimay dirá de esta etapa: “Fue un largo período de búsquedas muy agitado, sombrío, donde las técnicas de los primitivos me preocupaba”, intentando expresar “una verdadera correlación entre los fenómenos de erosión y los fenómenos interiores del ser humano”. Una etapa a la que correspondían estas palabras: “La pintura será convulsiva y torturada, para alcanzar, a través de las formas sinusoides, parabólicas y astrales, lo sublime”.
Menos nos interesa el resto de su obra, aunque el propio Vulliamy no dejara de señalar que el soplo del surrealismo no se había apagado en él, razón sin duda a la que se debe que, ya en 1971, se incorpore al movimiento Phases, donde se podía ser no surrealista, pero nunca antisurrealista. En el n. 3 de la segunda serie, Jaguer escribe una nota recordando la gran impresión que en 1939 le había producido “El caballo de Troya”, visto como un anticipo del horror bélico total que se estaba fraguando. Jaguer vio el cuadro reproducido en blanco y negro en una revista, y ahora Phases lo reproduce por primera vez a todo color. Este cuadro evoca para él “un cierto clima visionario de la pintura al cual no estoy dispuesto a renunciar”. Jaguer coloca la imagen en una página, y en la otra el poema de Raoul Hausmann “Dada de Troya”.
Vulliamy transitó a la abstracción lírica, no desestimada por el surrealismo, y concluyó con unos cuadros que nos recuerdan a Wifredo Lam, pero que a la vez enlazaban con algunos de los que hizo a principios de los 30. Su sensibilidad próxima siempre al surrealismo se advierte bien en estas bellas palabras suyas de 1962: “No parto de ningún sujeto, sino de una realidad interior. A veces una sensación de luz sobre la roca, sobre las hojas y sobre todo sobre el agua, Cada vez es una nueva aventura. Es una suerte de estado poético donde todo es vibración, creación y metamorfosis”.
Una monografía espléndida, pues, con muchas ilustraciones, la muestra total de la obra de un artista que vivió de 1909 a 2005 y un buen abordaje de su trayectoria por parte de Lydia Harambourg.