domingo, 21 de julio de 2019

Juan Batlle Planas: el gabinete surrealista

Con motivo de la exposición en Cuenca, Gerona y Palma de Mallorca, la Fundación Juan March ha editado un valioso volumen de cerca de 200 páginas dedicado a Juan Batlle Planas, figura aún poco conocida en relación con su importancia intrínseca y con su notable influencia. Es una pena que el catálogo se centre solo en sus collages y gouaches de los años 30 y 40, pero ya nos deja bastante satisfechos, con la reproducción, por ejemplo, de sus inquietantes “radiografías paranoicas”.
Nacido en Cataluña. Batlle Planas vivió desde los dos años en Argentina, no volviendo nunca a España. Expuso en Buenos Aires desde 1939, y fue un gran conocedor del psicoanálisis, el surrealismo y el budismo zen. Hacia el surrealismo marca a veces sus distancias, sin que sean esas divergencias esenciales.
Pedro Azara hace una buena presentación de sus “montajes”, ofreciendo menos interés un trabajo subsiguiente sobre el contexto boanerense (el artículo de Azara contiene una “información” pasmosa: los vizcondes de Noailles “financiaron” a Salvador Dalí, “refugiado en Buenos Aires durante la Segunda Guerra Mundial por ser judío”). [NOTA: Según nos ha aclarado el propio Pedro Azara, este error procede de la fusión editorial de dos notas, la segunda sobre el decorador Jean-Michel Frank, quien, relacionado con los vizcondes, abrió una galería en la que Batlle Planas expuso por primera vez y sí que estuvo exiliado en Buenos Aires por su condición de judío o descendiente de judíos.]
El catálogo propiamente dicho es muy bello, con trece radiografías paranoicas, collages, cadáveres exquisitos, témperas y dibujos. En los años 30 hizo también cajas (a las que volvería en los 60), pero no son contempladas aquí. Sí, en cambio, se nos presenta su labor de ilustrador de libros, entre ellos, en 1943, Ismos de Ramón Gómez de la Serna (suyo es el collage de la cubierta, y suyas tres de las obras que acompañan el capítulo dedicado al surrealismo), Pasiones terrestres de Enrique Molina (1946), Panta Rhei de Julio Llinás (1950) y Las muertes de Olga Orozco (1951); también se le debe el dibujo de la cabecera de A partir de cero, una de las grandes revistas del surrealismo argentino, que dirigió Enrique Molina (1952).


El apartado dedicado a la biblioteca del artista contiene dos artículos más bien flojos, en uno de ellos enumerándose Drôle de menage del infame antisurrealista Jean Cocteau como si fuera otro de sus libros surrealistas, pero es cierto que Batlle Planas poseía muchas obras importantes del surrealismo. Mucho lo influyó en la etapa final de su vida el Diccionario de símbolos de Cirlot.
La Antología es espléndida. Comienza con tres textos suyos. En una breve nota señala cómo el Bosco, El triunfo de la muerte de Brueghel y Lautréamont “aleccionaron” la “búsqueda” de su pintura. Sobre el último, debe acotarse que de 1942 es el Verdadero retrato del conde de Lautréamont hecho por Juan Batlle Planas, quien fue su contemporáneo y amigo, y que Poseidón le encargó en 1946 ilustrar Los cantos de Maldoror, acabando por perderse los veinte dibujos que hizo. Su devoción por Lautréamont y la inspiración en su obra nos hacen pensar en otro artista catalán de que hemos hablado en una ocasión: David Martí.
A la revista Cero (Primer objeto narguile que trata de un homenaje a Batlle Planas, el surrealismo, Breton y ciertos elementos para la nueva realidad), de 1967, aporta una larga prosa poética y un ensayo muy personal sobre Breton, desaparecido pocos meses antes. Pero sin duda el plato fuerte de este catálogo es el extraordinario ensayo de 1948 elaborado por Aldo Pellegrini. Un portento de lucidez y de energía, imprescindible por lo que se refiere a la obra de Batlle Planas de los años 30 y 40, pero a la vez disertando admirablemente sobre el surrealismo. Crítico excepcional era Pellegrini, entre los máximos del surrealismo, en cualquier lengua.
Se suman un texto breve y certero de Mujica Láinez, dos poemas de Alejandra Pizarnik (y una entrevista de 1957 en la que Batlle Planas le manifiesta, algo mezquinamente, sus reservas hacia el surrealismo) y una nota y dos cartas de Enrique Molina. La nota es de 1975, cuando a Molina ya se le ve el plumero de las décadas siguientes, aludiendo a la “ortodoxia surrealista”, pero las cartas, de 1948 y 1950, son formidables, recomendándole El alma romántica y el sueño de Béguin y celebrándole “ese vertiginoso mundo que el surrealismo intuye y que dará la verdadera medida del hombre”.
Cierra este volumen una completa bibliografía de y sobre el artista, seguida de una lista de sus exposiciones individuales y colectivas.

Juan Batlle Planas, Radiografía paranoica, 1936