domingo, 31 de julio de 2016

Radovan Ivsic y el bosque insumiso

Rik Lina, Forest moon, 1995

El pasado otoño tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno de Zagreb la exposición “Radovan Ivsic et la forêt insoumise”, y para acompañarla fue publicado un volumen coeditado con Gallimard y por tanto muy fácil de obtener. Consta de 200 páginas con muchas fascinantes reproducciones en color y un extenso ensayo de Annie Le Brun.
El mundo poético y dramático de Radovan Ivsic, todo él ya felizmente asequible en la propia Gallimard, es evocado de modo inmejorable en su encuentro con imágenes y objetos, funcionando como clave lo que de insumisión hay en la realidad y el símbolo del bosque, erigido contra la civilización judeo-cristiana, burguesa y tecnológica. Como yo me muevo por un bosque todos los días (actividad gratificante, absolutamente, aunque con el coste heroico de tener que ir esquivando los signos malignos de conversión en un polideportivo y de reducción a un parque-reserva turístico que se observan en él, como en casi todos), puedo apreciar con especial delectación tanto este conjunto de imágenes como el ensayo agudo y profundo de quien tantos años fue la compañera de una figura surrealista excepcional como ha sido Ivsic. Solo echo en falta, en la galería de reproducciones surrealistas, un poco más de audacia, como sería la evidente de incluir a Rik Lina, el pintor-poeta de las profundidades forestales (y submarinas).
Esa galería cuenta, en un sentido amplio, con los nombres de Styrsky, Heisler, Toyen, Matija Skurjeni, Masson, Tanguy, Lam, Gabritschevsky, Miró, Benoît, Schröder-Sonnenstern, Scottie Wilson, Meret Oppenheim... Nombres de épocas pretéritas, o de la pintura llamada “naif”, son Courbet, Altdorfer, Doré, Víctor Hugo, Felicien Rops, Ivan Generalic, Slavko Kopac... Súmense a ellos las obras de poco conocidos artistas croatas y las de fotos de bosques devastados por la guerra (volviendo al párrafo anterior, no deja de haber una equivalencia degradante con las que podrían hoy sacarse de esa legión de cretinos que corren por todas partes, no perdonando ni los más recónditos senderos de los bosques).
Máscara del Diablo de la Bemposta, Portugal
En el ensayo de Annie Le Brun funciona como detonante una conocida frase atribuida a Chateaubriand, aunque no figura en ninguno de sus escritos: “Los bosques preceden a los hombres, los desiertos les siguen”, y entre los referentes que luego se suceden tenemos a Max Ernst, el aduanero Rousseau, Martinique charmeuse de serpents (y los cuadros selváticos de Masson), la célebre imagen de Magritte con la frase “Je ne vois pas la... cachée dans la forêt”, la materia de Bretaña, las revelaciones románticas y simbolistas, el fabuloso “bosque de los sueños” de los aborígenes australianos, los cuentos populares con sus pruebas y aventuras y la cultura popular de las máscaras, enlazando siempre la escritora todo ello con la obra de Radovan Ivsic, con “la formidable interiorización del bosque que inerva su lenguaje”. Convulsivas máscaras para la extraordinaria pieza Le roi Gordogane (que ha disfrutado también de dibujos de Skurjeni) hicieron Toyen en 1976 y Jacques Bioulès en 1989, valiéndose de elementos boscosos.
Formidable sin duda alguna es, por terminar con palabras de la ensayista, este “puzzle de sensaciones, de deseos, de miedos, de impresiones, de ideas... que se ha constituido para evocar el universo sensible de Radovan Ivsic”. Es un gran homenaje que redondea gloriosamente la lista de libros aparecidos desde 2004: Poèmes, Théâtre, Cascades, À tout rompre y Rappelez-vous cela, rappelez-vous bien tout, este último publicado a tiempo de recibir una reseña nuestra. Un conjunto que es un tesoro vivo del surrealismo, un bosque de sueños y poesía.