miércoles, 17 de diciembre de 2014

“Patricide” y el cine

El número 7 de Patricide se dedica al cine y el surrealismo, y viene acompañado de un disco con nueve películas.
Introduce el número su editor, Neil Coombs, que lo acompaña de numerosos de sus collages y fotografías. Como primer texto, el célebre decálogo de Jan Svankmajer y un fragmento de un guion suyo. Hay otros guiones, de Edward Knight, John Welson, Rafet Arslan y Desmond Morris. El de este último es el de Time flower, su película de 1950 a la que recuerda en una nota donde refiere cómo lo impactaron juvenilmente no solo las películas de Buñuel, sino también las de Cocteau. Lo mismo ocurre con Jeff Keen, cuya semblanza traza aquí extensamente su hija, esforzada en discernirle sus “estéticas surrealistas”. Parece que no encontramos en otros lugares la claridad que había en París con respecto al siniestro Cocteau, y si Mad love, la más larga de todas las películas incluidas en el disco (unos 45 minutos) no resulta satisfactoria, ello se debe quizás a las equívocas, por no decir turbias huellas del Orfeo. Con todo, Jeff Kean, suerte de anarcosurrealista a su aire, es una figura interesante, y Mad love, filmada entre 1972 y 1976, o sea en la resaca de las felices revueltas de los años 60, tiene buenos momentos en su sucesión frenética de historias con buenas dosis de humor, erotismo y violencia.
Krzysztof Fijalkowski (un nombre que nunca me saldrá mal, porque nunca me lo podré aprender y siempre tendré que comprobarlo) realiza un trabajo muy interesante sobre el cine y el surrealismo servio, que, aunque no dejó frutos, mantuvo relaciones esenciales con el versátil celuloide. Hay guiones y especie de guiones de Aleksandar Vuco, Monny de Bouilly, Marko Ristic. Vane Bor cultivó la crítica de cine y además sí que llegó a realizar una película, sino que desaparecida: Les mystères de Belgrado, que acabó en 1936 y que era un homenaje surrealista a los adorables seriales de Pearl White.
De Michael Richardson es una divertida fotonovela en fondo negro donde aparecen André Breton, Jacques Vaché, Philippe Soupault, Robert Desnos, Antonin Artaud, Georges Duhamel, Luis Buñuel, Toyen, Robert Benayoun, Ado Kyrou, Mimi Parent, Nelly Kaplan, Nora Mitrani, Gérard Legrand...
Más artículos hay sobre Man Ray, sobre David Lynch, sobre Chris Marker, sobre André Delvaux (en concreto sobre Cita en Bray, por Michael Richardson), sobre Arcimboldo en Svankmajer y sobre Georges Franju (por Richard Misiano-Genovese).
Para el final se revela una sorpresa: el artículo “El principio de placer” de un tal Michael Kemp, verdadero repertorio de estupideces profundas sobre el surrealismo. Baste con decir que la reacción de Antonin Artaud contra la realización que hizo Germaine Dulac de La concha y el clérigo, reacción apoyada por sus amigos, es vista como una muestra de la misoginia de los surrealistas, ignorando que era una representante de la vanguardia tan detestada por el surrealismo en todos sus nombres, sin diferencia de género. A él le ha gustado esta pelmazada insufrible, como también le gusta Cocteau, cuya senilidad, por lo que veo, tiene su éxito en las mentalidades adolescentes o estancadas. Tampoco falta en estas dos páginas ridículas lo del “papa del surrealismo” y sus “excomuniones”. Este artículo es tan grotesco que he llegado a pensar si su inclusión en la revista no será una boutade de su editor.
Tras Mad love sigue cronológicamente la película Nat Pinkerton, filmada por Ian Walker en 1981. Dura poco más de 20 minutos y es excelente, en un blanco y negro muy adecuado, e inspirándose en un guion de Magritte. Un texto de Ian Walker refiere los avatares de la filmación de esta joya que merecía esta recuperación definitiva.
De 1994 es Origami meat play (3’22), que a la sazón fue incluido en el vídeo de Songs of the New Erotics Broadcasta and solar interruptions. Dirigida por William A. Davison, su protagonista única parece salida del dibujo de portada de Los vasos comunicantes.
El resto pertenece al nuevo siglo. Pica (2001, 3’00), de Kenay Kerkman, se presenta como “un sueño sobre una picazón, un deseo antinatural de comer pegamento, fajos de papel y todo tipo de antojos que desemboca en la autodevoración”. De 2010 son The dream key (23’06) de Darren Thomas (autor del artículo sobre Man Ray y cercano al grupo de Leeds, si hago caso a que en una secuencia se ve un número de Manticore); Shards of memory (7’39), de Kathleen Fox, con sonido de Johannes Bergmark y creada como parte de la instalación organizada por ella en el Freud Museum, bajo el título de “Los espacios del Inconsciente”); y Haunted house (3’36), de Tony Convey, maravilla visualmente muy impactante.
Por último, hay dos cortos realizados en 2013 y 2014 por el maestro de ceremonias, Neil Coombs. The story of the eye (5’29) vuelve a la irrepetible secuencia inicial de Un perro andaluz, pero superior es la muy atmosférica Dark space (5’12).
En suma, otro “must” de Patricide. Lástima que Michael Kemp, al pasar revista a Dreams that money can buy, no haya dicho que deliró con el sketch de Fernand Léger.