miércoles, 1 de octubre de 2014

Cahiers Benjamin Péret, n. 3

Guy Brissaud, Colibris, 2013

Este tercer número de los Cahiers Benjamin Péret se sitúa bajo el signo del colibrí, pájaro fetiche de Péret. Por ello, nos encontraremos con esta bella ilustración de Guy Brissaud¸ con la de Guy Roussille Sueño de colibrí y con el divertido poema de Jacques Demarq dedicado al pájaro de nombre “le péret”.
El grueso de la revista lo componen un dossier sobre surrealismo y cine y otro sobre la correspondencia Péret-Granell. El primero se abre con una poco interesante entrevista a Michel Ciment y una nota conocida de Courtot, pero se anima cuando Léa Buisson estudia los aspectos fílmicos de Pulchérie veut une auto y con el trabajo comparativo que Carole Aurouet hace del cine de Péret y Desnos, tanto por lo que respecta a los textos críticos como a las creaciones de ambos. Son dos buenos artículos, aunque yo reaccione acaloradamente a lo que la segunda, citando a Sadoul, dice de paso sobre Buñuel: “Toda la obra de Buñuel es española”. Eso podrá decirse del vomitivo Almodóvar, por ejemplo, pero nunca de Buñuel, cuya obra surrealista es anacional y apátrida.
Continúan el dossier unos extractos de Le rire des surréalistes de Benayoun (un libro delicioso de cabo a rabo) y el artículo de Gérard Legrand en el número especial sobre el surrealismo de L’Âge du Cinéma, donde se ocupa de grandes películas del cine negro americano, en concreto Laura, La senda tenebrosa, El demonio de las armas y El sueño eterno. Y lo completa “La escalera de los cien escalones”, poema de De derrière les fagots hecho con títulos de películas, que Sergio Lima reprodujo en el último número de A Phala, cara a cara con el relato de Her de Vries compuesto de títulos magritteanos.
Las cartas de Péret a Granell ya están en el tomo 7 de sus obras. Lo importante está aquí en las de Granell a Péret, que vienen a sumarse a las dirigidas a Breton, publicadas por Guillermo de Osma hace un par de años. Granell es una figura muy bien conocida, por lo que la presentación de María Lopo y el texto de Dietrich Hoss sobre su faceta de “militante revolucionario” resultan suprefluos. Hay también un capítulo de Isla, cofre mítico, ese tan hermoso libro que es toda una pieza maestra. Las cartas son muy atractivas, con algunas curiosidades. Tan politizados que eran uno y otro, y sin embargo Granell le asiente a Péret cuando este le cuenta, tras una visita a España, que el “generalísimo” (ese sí que cien por cien español) no tiene allí nadie que lo apoye (“no he encontrado un solo partidario de Franco”; “el régimen es despreciado u odiado”); cuánta ceguera: ya tenemos hoy más años de democracia que de franquismo, y todavía abundan por ahí los nostálgicos, muchos hasta nacidos después de que reventara aquel cabrón –algo que hizo en el poder, y nada menos que dos largas décadas después de estas ingenuas declaraciones. En otra carta, Granell se extraña porque tan pocos hayan firmado la exclusión de Max Ernst, lo que resulta destacable dado el furor que ha levantado en tantos espíritus píos aquella exclusión, cuya responsabilidad además se ha hecho caer siempre sobre Breton (quien, paradójicamente, señaló la poca conveniencia del gesto). Tamayo es otro de los artistas en que Granell reprueba el endiosamiento artístico. Estamos en 1956, año en que, efectivamente, Tamayo se ha alejado del surrealismo e iniciado su carrera espectacular, habiéndole ya el año anterior pintado un mural a un banco yanki. Es ahora un “nuevo genio lleno de vanidad y suficiencia”, que reprocha a los alumnos portorriqueños de Granell su interés por las ideas surrealistas, ya que el surrealismo había muerto hacía tiempo, y les da una lección sobre la pintura como un arte que debe reposar sobre las normas establecidas por los griegos... Un perfecto “idiota”, como lo llama el maestro Granell. Siempre ingenioso, desinquieto y desbordando vitalidad, Granell se retrata en sus cartas maravillosamente. Se burla con mucha gracia de Sartre, que en una de sus piezas hace pasar a un personaje de Brasil a México, atravesando la frontera: “Que los personajes de Sartre escamoteen la geografía o cualquier otra cosa no tiene, en realidad, ninguna importancia. A fin de cuentas, él mismo se pasa la vida escamoteándose a sí mismo”.

Nicole, Forêt de Dunsinane, 1971

En la sección de estudios es importante el artículo que dedica Jean-Michel Goutier a Nicole Pierre, ya que tan poco tenemos sobre ella. Un texto de Jean Bazin habla de Guy Roussille “o el furor de pintar”. Masao Suzuki escribe unas notas muy finas sobre los nombres propios en los cuentos peretianos. Robert Caby, melómano, amigo de Éluard a la vez que de Breton y Péret y ajeno al grupo surrealista, es sacado de la sombra por Élodie Nel, sin que mucho atractivo le encontremos.
En los documentos tenemos el espléndido texto de Péret “Cómo comportarse con los mutilados y los heridos de guerra”, aunque ya había sido publicado en el boletín Trois cerises et une sardine.
En las actualidades hay reseñas sobre Alleau y Nadeau, ya publicadas en Infosurr; una valoración más bien negativa por Durozoi del Dictionnaire André Breton; la noticia de la traducción japonesa de una antología de cuentos de Péret por Masao Suzuki, etc.
En conjunto, otro importante número de los únicos “cahiers” que seguimos, con muchos puntos altos, un cuidado impecable y una regularidad que deseamos vivamente logre mantenerse.