martes, 29 de abril de 2014

Carlos Calvet


Carlos Calvet, guache, 1976

Muere un literato charlatán (que como mucho escribió, al principio de su prolífica y multimillonaria carrera de fárrago y prosa, un par de novelas divertidas) y todo es bombo y platillo, lágrimas de cocodrilo y estridente show que alimente un par de jornadas el hambre insaciable del monstruo informativo. Muere un pintor enorme que también era un poeta, y que siempre se expresó a sotto voce, y a duras penas, solo por una distante voz, nos enteramos de ello.
Carlos Calvet nació en Lisboa en 1924 y falleció hace ocho días. A fines de los años 40, se acercó a los surrealistas, con los que colaboró y de quien nunca dejó de ser un amigo, defendiendo siempre el surrealismo frente a la hostilidad generalizada, que hacía más prudente una actitud negativa, o al menos distanciada. Deja una obra enorme, tratada en el catálogo Carlos Calvet, 60 anos de pintura (2003). A fines de 2012 apareció, acompañando una exposición en la Fundação Cupertino de Miranda, una bonita publicación, que constaba de 140 páginas, y que yo traté aquí, deteniéndome entonces en lo que para mí ha significado la obra de Calvet. Si cierta relación con Chirico es obvia, ahora me gustaría decir que Carlos Calvet fue como un Chirico atlántico, pero aclarando que Calvet fue, por supuesto, un artista –un poeta– de visión absolutamente propia.
“Carlos Calvet, explorador de horizonte” era el título de esa exposición. Bella designación. Sobre todo, horizontes marinos, pero también los horizontes de las aventuras amadas por el surrealismo.