lunes, 26 de agosto de 2013

Eugenio Castro: El Gran Boscoso

En 2006 y 2011 publicó Eugenio Castro, en la editorial española Pepitas de Calabaza, dos libros claves, respectivamente titulados H y La flor más azul del mundo. Aunque algunos de los textos que los componen ya eran conocidos de otras publicaciones, ambas obras no son recopilatorias, sino que poseen unidad, una unidad heterogénea y vinculante, a la que además se suma el hecho de ambas enlazar una con otra estrechamente.
De H hizo una reseña ejemplar Julio Monteverde en el n. 1 de El Rapto (2007), inscribiéndolo en la tradición de los libros surrealistas como Nadja o El vampiro pasivo, cuyo rasgo distintivo es el “fervor por lo real captado en su misma aparición”, aunque en el caso de H buscando “explorar un campo de acción propio que no es otro que el campo de la mirada”. Al año siguiente, como ocurre con los libros verdaderamente fértiles, el n. 17-18 de Salamandra ofrecía la “Persistencia de H”, texto en que sus amigos Inés Mendoza y Noé Ortega narraban nuevos encuentros con la turbadora H de Eugenio Castro, onírico el primero de ellos.
H se compone de tres partes: “Ciudad”, “Afueras” y la que da título al libro. En “Ciudad” se refiere una serie de fenómenos de azar objetivo por las calles madrileñas, incluyendo el encuentro con la tienda abandonada La Torre Magnética, que daría nombre a las ediciones surrealistas auspiciadas por el propio Eugenio Castro a lo largo de muchos años. En “Afueras” nos encontramos con uno de sus grandes textos, ya un verdadero “clásico” en la materia siempre viva de la poesía y la naturaleza (como dijo Novalis, a pesar de los esfuerzos por “modernizar” a la naturaleza, ella persiste siempre “tan maravillosa e indescifrable, tan poética e infinita”): “En la montaña del Torcal”, pero también con un poema y con otro artículo conocido de Salamandra (n. 6): el dedicado al jardín anárquico de Camelle, en la costa gallega, que es una pena no venga provisto de las fotos aparecidas allí.
Pero fotos, casi siempre sacadas por él mismo, no es algo que falte al libro de Eugenio Castro. Fotos que cumplen, por supuesto, una función esencial, como ha sucedido tantas veces en el surrealismo desde Nadja. Esta es una de las constantes de nuestro autor, que anda y viaja siempre provisto de su aparato de registro poético. A unos estúpidos que en la red (apelando, por cierto, al situacionismo) presumían de “deambular sin rumbo por las calles de la ciudad sin más objeto que experimentar el transcurso de la vida moderna”, para documentar visualmente ese deambular “por las principales arterias del mercado”, le respondió Eugenio Castro, como refiere en el n. 4 de El Rapto, de esta manera: “Vosotros, artistas, sois los chivatos de la policía de la cultura, enmascarados bajo el disfraz de la posmodernidad, encubiertos en la vanguardia de la delación. Cualquier concepto con significado y sentido emancipatorio lo reducís a consumo de la industria cultural, ejemplar mecanismo de la producción capitalista de la dominación. Os detesto. Un enajenado”. Para que las cosas no se confundan.
La flor más azul del mundo alude tanto a la flor de Novalis como a la descubierta en el Himalaya a fines de los años 80, y que fue así considerada por sus descubridores. Este libro se compone de cerca de veinte textos, unos nuevos y otros ya conocidos. El primero constituye por sí solo el primero de los dos apartados del libro, y es la larga respuesta a una encuesta del Grupo Surrealista de Madrid sobre la poesía. El segundo apartado lleva por título “De la experiencia de lo poético y lo que ahí interviene”, y comienza, adecuadamente, con un poema, al que siguen ensayos inspirados en películas muy especiales (En la ciudad blanca, de Tanner; Gaspar Hauser, de Herzog; Branca de neve, de Monteiro) o en los comics del visionario Rompetechos; bellos textos breves como “La ciudad constelada” (aparecido ya en las Ediciones Surrealistas) y “Los ojos anteriores a los ojos”; un abordaje en profundidad de la cuestión del objeto (“El objeto surrealista. Una poética de lo improductivo”, con una embestida a los objetos tecnológicos; “El objeto revelador. Por una emblemática de lo maravilloso en la vida contemporánea”; “El objeto sustanciado”; “Dones de la intemperie”, sobre los objetos abandonados); “La región insomne”, donde se habla nuevamente de la poesía, y con poemas; los característicos textos con fotografías, incluyendo un ensayo sobre la cuestión y sobre Javier Gálvez (“Mirada, fotografía e imágenes fotográficas”) y una colaboración con Noé Ortega; y, como cierre, un artículo sobre la “desacción”, concepto clave en Eugenio Castro, esgrimido contra la espectacularidad y la productividad –y como siempre, acompañando la teorización con la praxis, ya que a la reflexión inicial sigue, con sus fotos correspondientes, una serie de “casos de desacción”.

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Ceremonia nupcial del Gran Boscoso y la Bella Cristalera, 1993

Nacido en un pueblo toledano en 1959, desde 1979 Eugenio Castro identifica su vida con el surrealismo. Sus primeras publicaciones, en Luz Negra. Comunicación surrealista (1980-1981), ya nos lo muestran como un adalid del amor-pasión, sobre el que habla en “El desorden objetivo =  Amor”, pero cristalizando lo que dice en cuatro poemas tan arrebatados como los de “La maga de la masturbación” (“bella como el asesinato”) en el n. 2, que además acompaña de cuatro ilustraciones suyas, iniciando así una práctica que, como hemos visto, será constante en sus escritos.
En 1987, por supuesto, Eugenio Castro está en el arranque de Salamandra, en cuyo n. 1 aparecen reproducidas sus pinturas La calle del encantamiento y Recuerdo de un viaje al Torcal de Antequera. En el número siguiente su presencia es muy intensa, con otra pintura (El inventor del cristal de eclipse), cajas (como El bosque a las doce), collages (en un juego de intervención sobre La maja desnuda y Las meninas, junto a Mariano Alaudén, José Manuel Rojo y Pedro Olivares) y, sobre todo, la entrada en acción de la mítica figura del Gran Boscoso, que cierra la revista como queriendo anunciar lo que estaba por venir, y sin ir más lejos la ilustración del n. 3 que lleva por estridente título El Gran Boscoso portador de la piedra-llave que otorga a quien posee la facultad de penetrar el secreto de los campos donde florece el diente de león y el ojo de pluma de Pavo Real y la titulada El sueño del Pájaro-Guía, que no es otro que el Gran Boscoso, “anónimo” e “irrecuperable”, pariente del Capitán Nemo y análogo de Loplop. Tenemos en este n. 3, además, poemas y su inicio ensayístico: el precioso texto  luego en H, “El nombre ensoñado. La realidad nombrada”, donde no solo está la foto de La Torre Magnética sino la referencia a la tienda de los Calzados H, primer eslabón de los encuentros que se irán encadenando sorprendentemente.
Gommage
En este año de 1990, Eugenio Castro ya logra su plenitud creativa e intelectual, que va a desplegar a lo largo de las dos siguientes décadas. Así, al año siguiente, en el n. 4 de Salamandra aparece “En la montaña del Torcal: sésamo multiplicado” (más un objeto y la pintura Las multiplicaciones amorosas) y realiza una exposición individual. “En la montaña del Torcal” va acompañado de unas pocas fotos, que serán superiores, por su carácter brumoso, cuando aparezca como cuaderno en La Torre Magnética (1997). Eugenio Castro abre su ensayo con una cita de Melmoth, el errabundo, donde se contrastan las “palabras sin significado” que ahogan la vida con el “significado sin palabras” de la naturaleza (“¡Cómo es elocuente la Naturaleza en su propio silencio!”, dijo también Maturin). La referencia a “la flor más azul del mundo”, al yelmo del castillo de Otranto y a El castillo de los Pirineos de Ann Radcliffe pintado por Magritte, nos sitúan en pleno romanticismo, aunque en un romanticismo más de la emoción que del sentimiento, con la “cuestión de los castillos” anunciando, como veremos, los futuros gommages de Eugenio Castro. Pero aquí lo que más interesa es el delirio de la naturaleza, la fascinación por el mundo rocoso y la emoción que genera en su asociación a la pasión amorosa, y como es predecible sin que Eugenio Castro se olvide de aludir a la desvirtuación de la naturaleza por parte del burocratismo capitalista/ecologista ni de remitirse a los pueblos primigenios y en particular a los aborígenes australianos.
En 1992, Eugenio Castro participa en la exposición del grupo, con dos óleos sobre madera, el segundo con objetos y corcho, y, en el n. 5 de la revista, junto a otra pintura, El sexo de Lisboa, abre el fuego de la nueva sección “¡Más realidad! Emblemas de la magia cotidiana”, que ha sido una de las señas de identidad de Salamandra, y lo hace con dos fotos, la de una frase peregrina encontrada en una viga de hormigón y la de “La flor del planetario”: un “guante-flor” encontrado en el parque sobre el que se levanta el planetario madrileño.
En 1993 surge ¿Qué hay de nuevo? Periódico surrealista de contrainformación. A mi juicio, el período 93-96 fue el mejor del grupo surrealista madrileño, con muchas publicaciones e intervenciones, y una cohesión similar a la del grupo de Leeds en sus primeros años. En el primer número de ¿Qué hay de nuevo?, Eugenio Castro, en “La aventura irreductible”, le pone los puntos sobre las íes al típico acercamiento de los intelectuales españoles a la aventura surrealista, mientras que en el n. 6 de Salamandra encontramos la pintura Siguen durmiendo mucho tiempo en el bosque, sobre las rocas, un texto en “¡Más realidad!”, el de la costa gallega y la respuesta a la importante entrevista de Cesariny y Vancrevel sobre André Breton:
“Solo a posteriori he podido darme cuenta que existía en mí una sensibilidad surrealista, es decir, a partir de la lectura de ciertas obras de Breton de las que Nadja ocupa el lugar preeminente, sin restar ni un ápice de influencia semejante a los textos «Lengua en las piedras» y «Signo ascendente». Es a través de Breton que tomo conciencia de esa sensibilidad que antes fluctuaba en mí de manera incontrolada. Por esta razón puedo afirmar que percibo en Breton la imagen de un oráculo al que voluntariamente retorno cuando necesito o deseo llevar a cabo una consulta. La mayor influencia espiritual recibida de André Breton es para mí una toma de conciencia sobre la necesidad irreversible de acabar con las categorías externas de división que se oponen a la realidad del deseo y a su satisfacción. Más concretamente: el acceso a ese punto del espíritu en el que las contradicciones cesen en su enfrentamiento. Reconozco en la conquista de este punto la ambición poética por mí perseguida, ambición que yo vinculo con una suerte de elemento natural (o hábitat) en el que se desenvolvería mi experiencia humana y poética.
Pero para que un reconocimiento de Breton sea completo de mi parte, debo llevar a cabo otro de mayor urgencia, sin el que lo anterior se vería sumamente debilitado. Hablo del talante moral e intelectual que recorre la figura de André Breton, que constituye, a mi juicio, en tanto que herencia, uno de los grandes retos para los intelectuales del siglo que se aproxima. Realmente poco se dirá sobre Breton si no se apela a su honestidad intelectual y humana y se la reivindica como un instrumento de irreductible libertad, al abrir una profunda grieta moral en la conciencia intelectual de nuestro siglo”.

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Los años sucesivos serán muy fructíferos. En poesía, aparecerán en cuaderno dos escritos decisivos de 1981: La región insomne (La Torre Magnética, 1996) y El Gran Boscoso (La Bella Cristalera, 2008), este poema seguido del relato de “Tres presencias” o sucesos prodigiosos, uno en la calle del Tesoro de Madrid, otro en dos lugares de Londres y el tercero en la catedral madrileña –estas breves prosas de apoteosis de lo insólito son tan sugerentes como para lamentar que Eugenio Castro no se haya prodigado en esta vía. Luego, en 2000, están los poemas de Indicios de Salamandra, la antología poética del grupo, en La Torre Magnética; Mal de confín en 2005; “Noche en nombra” en Salamandra 15/16.
Entre los textos críticos más destacados de estos años, predominan los dedicados a la deriva en tanto “experiencia onírica de la realidad y erotización del tiempo”, siendo un excelente ejemplo “Trastos arrumbados” (Salamandra, n. 17-18, 2008). El comentario de noticias poéticas o subversivas inspira “El amor, la insurrección, la rebeldía, el erotismo. Maravillas de la naturaleza violenta”, en el n. 3 de ¿Qué hay de nuevo? (1995). En el 7 de El rapto (2007) se habla de las plazas, y de las aberraciones de los urbanistas, como, en “Cautivar la mirada...” (Salamandra, n. 11-12, 2001-2002) de la infamia de los trenes contemporáneos (un leitmotiv de mi libro Lusitania fantasma). “Surrealidad y exterioridad” es un largo ensayo (con fotos) que cierra el importante volumen colectivo Crisis de la exterioridad. Crítica del encierro industrial y elogio de las afueras (2012, aunque la edición inglesa es de 2008), obra que ya he reseñado brevemente en “Surrealismo internacional”.
En colaboración hay que resaltar el trabajo con Bruno Jacobs –uno de los grandes amigos del grupo madrileño– Las bellas hibernantes (con fotos “hibernantes” de Jacobs y textos de Castro), “La lengua por venir”, con Vicente Gutiérrez y Noé Ortega, y “Las hijas de las pescadoras”, con los mismos más Bruno Jacobs (ambos en el n. 19-20 de Salamandra, 2010-2011), y, con Javier Gálvez en La Bella Cristalera, La ciudad alucinada, compuesto según un curioso procedimiento, ya que la mitad de las fotos son de uno y la otra mitad del otro, realizando los textos a partir de ellas también al alimón y de modo sucesivo, y conformándose así el todo como un organismo indiferenciable.
Boscoso Levoyant, 1994
En 1994, Eugenio Castro participó en la exposición que acompañaba las jornadas sobre “Ecología y surrealismo”. Al año siguiente realizó una exposición individual, titulada “Analogon”, con un catálogo que reproducía pinturas, objetos y collages y llevaba un texto de José Manuel Rojo, y organizó la de objetos “Formas del sueño”, a la que yo asistí a mi paso por Madrid; en esta pudo verse el objeto Boscoso Levoyant, y en la primera la pintura Toyen me visita la noche del 10 de octubre de 1994, pero sobre todo los fabulosos collages que ese mismo año formaron parte de Reaparición de la isla misteriosa, “collages-secuencias de una película onírica e imaginaria sin fin”, filmada en vídeo y proyectada el año anterior en el festival “Surrealists go to the Cinema”, celebrado en Leeds; componen esta publicación, que lleva un jugoso texto de Guy Girard, once espectaculares imágenes de una ciudad a la vez devastada y maravillosa, con menires, figuras totémicas, aerolitos, aves y árboles gigantescos y, como remate, el rinoceronte de Lautréamont y Ted Joans. A la altura de estas imágenes se sitúan, en fin, los “gommages” de Eugenio Castro, ya dados a conocer en los nn. 8-9  y 10 de Salamandra (1997-1999) y objeto de un pequeño pero precioso cuaderno de La Torre Magnética en 2000. Continuando el procedimiento descubierto por El Janabi, Eugenio Castro nos transporta a la atmósfera de las novelas góticas, como señala Michael Löwy en el texto “Habitantes del Locus Solus”, que se hubiera bastado para acompañar estas 14 espectrales imágenes, ya que el de José María Parreño, quien todavía cree en la “ciencia” y desprecia como “quincallería erudita”  las propias referencias de Michael Löwy, más bien sobra. Pero oigamos a Michael Löwy hablar de estos “gommages”:
 “Su luminosidad misteriosa, su inquietante fosforescencia, su fantasmagórica irradiación vienen de dentro y se dirigen hacia afuera. Tienen su origen en el incendio que estalló en las catacumbas más ocultas y más profundas del castillo de Id. Si los íncubos y súcubos de Füssli –inspirados por el mismo terror que atraviesa las páginas de las novelas negras– están hechos de piedra lunar, los monstruos oníricos y eróticos de estos «gommages» son cristales de fuego. Si los espectros que asombran los pasillos del Castillo de Otranto, amenazando a la princesa Matilda de  Walpole, son de hueso y calavera, los del Castillo de Castro tienen la consistencia tierna y caliente de las piernas de la Matilde de Lewis. En sus ojos de tempestad se ilumina la noche de Walpurgis”.
Ligado al surrealismo internacional, Eugenio Castro ha colaborado en las revistas Analogon, Brumes Blondes, S.u.rr..., Stora Saltet, Farfoulas, Phosphor. Se le debe también la traducción, para el lector español, de dos figuras del surrealismo fundamentales, pero muy mal conocidas: Joyce Mansour (Gritos, desgarraduras y Rapaces, 2009, además con el ensayo “Joyce Mansour: el grito y la carne consumados”) y Ghérasim Luca (El inventor del amor. La muerte muerta, 2007). Y ya que he citado dos nombres para nosotros irreprochables, acabaré esta semblanza de Eugenio Castro refiriéndome a otro de esos nombres: Philip West, a quien, en el volumen de la Fundación Granell Philip West (1998), dedica Eugenio Castro una “navegación simbólica” (“La jirafa, Alicia y el explorador”) y con quien, en 1994, hizo Bound Angel, poema suyo con cinco dibujos de esta personalidad inolvidable.