lunes, 11 de marzo de 2013

Alain Gheerbrant

Un artículo de Anne Proenza en Le Monde del 27 de febrero informa de la muerte de Alain Gheerbrant, sucedida siete días antes.
Nacido en París en 1920, este escritor, poeta, editor, cineasta, musicólogo y etnólogo, fue un hombre de generosidad, inquietud y vitalidad poéticas. En 1985 le envió su libro de poemas L’homme ouvert a André Breton, quien le respondió efusivamente. Monta por aquellos años las ediciones K, donde apareció uno de los más grandes libros del siglo XX: Van Gogh o el suicidado por la sociedad, de Antonin Artaud, y también joyas poéticas como Siège de l’air, de Hans Arp. Interesado en las culturas amerindias, viajó al Amazonas en 1949-1950, viaje que originó el libro de referencia Orénoque-Amazone, publicado en el 52 y reeditado en el 92, así como el documental Des hommes qu’on appelle sauvages. Sus viajes son a partir de ahí constantes, pero siempre a las “zonas sensibles” del planeta, guardándose hoy sus carnés en unos fondos suyos de la Biblioteca Nacional parisina.
En 1969, con Jean Chevalier, publica Dictionnaire des symboles, la mejor obra sobre la materia, aparte la de Cirlot, que es insuperable. Ya en 1995 aparecerá La transversale, de memorias, en 1998 L’Amazone, ce géant blessé y en 2010 L’homme troué, selección de toda su poesía.


Pero para el surrealismo Alain Gheerbrant es un nombre familiar sobre todo por haber realizado con Camille Bryen la bellísima Anthologie de la poésie naturelle, a la que Anne Proenza no se refiere en su por lo demás muy rica y sensible semblanza. Ambos reunieron y presentaron los documentos (colaborando amigos como J.-B. Brunius, André Frédérique, Pieyre de Mandiargues, Paule Thévenin y Youki Fujita) y el libro apareció, por supuesto, en las ediciones K, armado con 8 espléndidas fotografías de Brassaï y maquetado por Pierre Faucheux. Año de 1949. Unos pocos representantes de esta “poesía natural” son bien conocidos: el cartero Cheval, Jean- Paul Brisset, Hélène Smith, Gaston Chaissac, el aduanero Rousseau.
La Antología de la poesía natural lleva al final una presentación admirable, por Gheerbrant y Bryen, de la que merecen extraerse algunos pasajes, siempre vigentes:
“Los poetas y los poemas no pueden hacer olvidar la poesía, y si la época ha desarrollado el fetichismo del individuo, ha revelado también que fuera de las normas estéticas, morales, o sea humanas, el fenómeno estético se manifestaba en estado puro.
Sin querer atacar una actividad respetable: la megalomanía poética, nos es necesario establecer que los poetas profesionales, los hombres de la lira, han colocado curiosas prohibiciones sobre la tierra de la poesía donde ellos explotan su filón. Un chino llevado a un hipódromo decía: “Hace mucho tiempo que yo sé que unos caballos corren más rápido que otros”. Del mismo modo, cada poeta profesional quiere ser el gran poeta. No solo su pegaso se convierte en un corcel destinado a «correr más rápido que los otros», sino que, fuera de su manera de explotar la poesía, considera cualquier otra manifestación poética como inexistente.
La poesía natural puede ser considerada como la expresión de una conciencia inmediata que no tiene otro criterio que su propia existencia. La más constante de sus características es la evidencia. Todas las comunicaciones entre los hombres revisten esta forma de coincidencia que se impone, teñida de psiquismo y de azar, flores o cristales rotos de esas zonas donde el inconsciente y el consciente se devoran, donde el humor y lo trágico se saludan. Los carteles desgarrados en las calles, las piedras simulando rostros humanos, las canciones de los barrios en que algunas palabras olvidadas forman una extraña melopea, las pinturas idiotas, los poetas que no se han sacrificado ni a las exigencias temporales de la lengua ni a su ortografía pueril, los discursos de los niños, los juegos de los mediums, los vidrios rotos según curiosas estructuras, he aquí algunos de los vehículos que nos conducen por los territorios de la poesía natural.
Ese estado de conciencia, esa comunicación con el universo no está obligatoriamente ligada a la existencia de los poemas o a la lectura de los poemas. Surge por las combinaciones de encuentros imprevisibles, al no ser el hombre un ser encerrado en sí mismo y al unirlo su vida poética a un universo que es el de la vida.
Es natural esa poesía porque participa del lujo de la naturaleza, en la que todos los reinos nos ofrecen ejemplos. (...)
Nosotros hemos dirigido nuestro radar en reacción contra los sentidos universitarios – ¿no es así, Jarry?– y hemos encontrado la poesía natural, la que es hecha por todos y no por uno, como decía Lautréamont –¿y no significaba eso, incluso sin saberlo, abrir la vía a una acepción de la poesía desnuda y primigenia, hecha no solo por todos, sino sobre todo, por TODO? –la que será el alma para el alma, como decía Rimbaud. Y por qué no citar como conclusión y como ejemplo de la poesía natural estos versos de Léon-Paul Fargue: “Au Pays de Papouasie / J’ai caressé la pouaise / La grâce que je vous souhaite / C’est de n’être pas papouète”.