miércoles, 21 de noviembre de 2012

Pnina Granirer y el surrealismo


En el año 2005 tuvo lugar, en la Fundación Eugenio Granell, la exposición titulada “Surrealismo Costa Oeste: una perspectiva desde Canadá”, presentada por el principal exponente de la aventura surrealista en aquella área geográfica, o sea Gregg Simpson. Los nombres asociados al surrealismo de la Costa Oeste, centralizado en Vancouver, han ido cambiando a lo largo del último medio siglo, pero esta exposición solo incluía, aparte el propio maestro de ceremonias, a Martin Guderna –un “surrealista absoluto”–, Gordon Payne y Pnina Granirer. Los dos últimos participan en las actividades del grupo desde principios de los años 90, y Pnina Granirer, tras esa exposición, ha estado presente en otras dos muestras sumamente importantes del surrealismo actual: “O reverso do olhar”, que tuvo lugar en Coimbra en 2008, y “El umbral secreto”, celebrada en Santiago de Chile en 2009-2010.
La obra de Pnina Granirer no puede considerarse surrealista en su totalidad, y ni siquiera hay en ella influencia asumida del surrealismo en ningún momento, que sepamos, pero una etapa, verdaderamente fascinante, de esa obra, ha atraído la mirada avezada de Gregg Simpson, quien, en un texto clave que le dedicó en 1997, señalaba su “visión poética” como el rasgo que la unía al surrealismo, tanto como a la abstracción lírica. Y es que “el arte de Pnina Granirer es ante todo un arte lírico”.
Pnina Granirer nació en 1935 en el seno de una familia hebrea rumana. En unas circunstancias históricas atroces, llega en 1950 a Israel, tras haberse librado del nazismo tanto como, en seguida. de la llamada “dictadura del proletariado”. En 1962 inicia un periplo que la lleva, tres años después, a Vancouver, donde se establece definitivamente.
Valiéndose siempre de una gran variedad de medios y de técnicas, Pnina Granirer inicia a fines de los años 70 la obra que la acerca poderosamente al surrealismo. Si hace unas semanas hablaba yo aquí mismo de lo que hace falta un libro sobre el surrealismo y las culturas amerindias, uno de los capítulos de ese libro tendrían que ocuparlo las obras que Pnina Granirer realizó entre 1978 y 1981, inspirándose en los paisajes y las riquísimas culturas nativas de la Costa Noroeste, de los que nos brinda una visión, como diría Agustín Espinosa, “integral”, o sea poética y no realista. La ilustración con que encabezamos esta nota pertenece a dicho ciclo, y se titula “Homenaje a un artista kwakiutl desconocido”. Otras piezas admirables son “Leyenda de la meseta prohibida” (tríptico), “Fantasmas del bosque” (díptico), “Bosques susurrantes” (toda una serie), “Raíces silenciosas bajo las montañas”, “Retrato de un viejo kwakiutl”, “Salvaje de los bosques” y “Bosque profundo”. Los elementos totémicos y las máscaras kwakiutl se incorporan a la serie de los pájaros antropófagos (“The Cannibal Bird Suite”), que acechaban en los bosques a los que se acudía en busca de una canción, pudiendo incluso convertirse el iniciado en uno de ellos. He aquí “Amanecer”, de 1981:


La cultura kwakiutl, con sus fantásticos tótems y máscaras y sus suntuosas fiestas, algunas tan espeluznantes como el banquete de momias, atrajo a Vincent Bounoure, quien dijo de su arte que era el más “violentamente atormentado”, el más “expresivo y colorido”. Y es objeto exclusivo del tomo décimo (Chamanes y deidades, Olañeta, 1994) de la ineludible obra El indio norteamericano de Edward S. Curtis. Con motivo de su exposición “West Coast Series”, que tuvo lugar en Vancouver en1980, Pnina Granirer declaró: “Uso deliberadamente bocetos nativos tanto como imágenes de objetos vitales para estos pueblos que habitan aquí desde un tiempo inmemorial. Los animales, la barca, el anzuelo, los helechos y hojas impresos directamente sobre el papel están ahí como homenaje a la cultura del antiguo pueblo de la Costa Oeste y a la esperanza de su supervivencia en nuestro tiempo”.
En 1985 y 1986, Pnina Granirer es de nuevo visitada por la inspiración surrealista. En el 85, viaja a la Sunshine Coast, donde sufre la revelación de las piedras. ¡Y qué manera de hablar tenemos! Decimos mecánicamente “sufrió” una alucinación, o una revelación, en vez de decir “disfrutó” una alucinación, o una revelación, que sería lo acertado. Pnina Granirer disfruta la repetida revelación de las piedras, a las, que como ella no ha dejado de señalar, era indiferente hasta entonces. Las piedras entran como elemento capital en su obra, ya que además perdurarán a partir de aquel año. De las “Carved Stones Series” dirá Gregg Simpson que la sitúan en el surrealismo no solo su “calidad lírica” sino también su carácter a la vez “inquietante”. Aquí tenemos el “Retrato de una roca”, de 1988:


En 1986, otro viaje actúa como detonador poético. Esta vez es a la isla Gabriola, fértil en rocas de arenisca y pictografías indígenas. En un ignoto paraje de un bosque, la artista descubre unos extrañas oquedades excavadas en la roca, y llenas de agua de las lluvias y de hierbajos. Se trata realmente de una cantera de piedras de molinos explotada y abandonada en los años 30. Su extrañeza absoluta origina una serie plástica (“The Milestone Quarry”), pero también poemas y fotos. Veamos aquí el tríptico “Misterio en Isla Gabriela”, de 1987:


Cuando Pnina Granirer expuso en una galería de Estrasburgo, una visitante le comparó aquellas rocas misteriosas a las de los celtas en los Vosgos. Los celtas usaban las cavidades para libaciones. Si yo hubiera ido a aquella exposición, el parentesco lo hubiera encontrado con el santuario de Panóias, en Trás-os-Montes, Portugal, donde los romanos hacían sacrificios animales “a los dioses sombríos”, sobre unas rocas graníticas en las que habían excavado similares oquedades.
Sobre Pnina Granirer, de quien yo me atrevería a decir que es surrealista en la mirada kwakiutl y en el secreto de las piedras, existe una monografía muy completa, obra de Ted Lindberg: Pnina Granirer. Portrait of an artist, Kensdale Press, Vancouver, 1998. Y también hay una buena página web sobre ella: www.pninagranirer.com.