lunes, 16 de julio de 2012

Jacques Lacomblez, Quadri Gallery

Si en Caleidoscopio surrealista citamos el catálogo de Les Yeux Fertiles sobre Jacques Lacomblez también es necesario nombrar el que, dos años después, apareció en las publicaciones Quadri Gallery: Jacques Lacomblez. De 1950 à 2004. Consta de 64 páginas, con muchas ilustraciones e informaciones y con un ensayo extraordinario de Edouard Jaguer. En las fotos que se diseminan por el libro, encontramos a Henri Ginet, Lucques Trigaut, Claude Tarnaud, Toyen, Jacques Zimmermann, Jean Thiercelin, Roland Giguère, Christian d’Orgeix, Pierre Demarne, Jorge Camacho, Edouard Jaguer.
En 1962 escribía Robert Benayoun: “El periplo de Jacques Lacomblez, a la vez subterráneo, glaciar, desértico, desemboca, a través de un circuito introspectivo voluntariamente desorientado, en una suerte de espeleología del pensamiento”. El texto de Benayoun se encuentra en el citado catálogo de Les Yeux Fertiles, junto a otros, no menos valiosos, de Claude Arlan, Marcel Havrenne, Georges Henein, Marcel Lecomte y Claude Tarnaud.
Jacques Lacomblez ha ilustrado libros, entre otros, de Tarnaud, Edouard Jaguer, Guy Cabanel, Franklin Rosemont y Roger Brielle, mientras que, a su vez, sus poemarios llevan ilustraciones de Guido Biasi, Juan Langlois, Suzel Ania, Jacques Zimmermann, Antoni Zydron, Urbain Herregodts, Jean-Claude Charbonel. Este último, en 2009, dedicó a su obra plástica el texto “El tiempo cristalizado o la búsqueda de lo real absoluto”, señalando sus afinidades profundas con la Materia de Bretaña.
La pintura de Jacques Lacomblez –una de las maravillas del surrealismo– sostiene desde hace años un fecundo diálogo con los textos de André Breton, inspirándose en pasajes de sus escritos y hasta en libros como Pez soluble. Quadri publicó en 2001 el precioso En marge de “Poisson soluble”; Jacques Lacomblez hizo siete pinturas (acuarela y tinta) a partir de las prosas bretonianas, y Edouard Jaguer escribió una serie de prosas o “postulados” a partir de ellas, sin haber releído a Breton. Esas piezas, escribe Jaguer en el ensayo de Quadri, “indican bastante bien en qué sentido se orientan las búsquedas actuales de Lacomblez: multiplicación y dispersión de los elementos, en el seno de un espacio cada vez más aéreo (pensamos en las palabras de Paul Paun: «Hay que airear la vida»)”.


Otras obras de Jacques Lacomblez que remiten a André Breton son “À moi la fleur de grisou”, “L’air de l’eau”, “Mais où sont les neiges de demain?”, “ ...du luxe et du feu des grands profondeurs”, “La forêt protégée ou les fées au vert”. Todas, datadas entre 1998 y 2001. De 1998 son “El bosque prohibido” y “Point du jour”, dedicados a él, mientras que en 2006 “12 constelaciones para André Breton” acompañan poemas de Guy Cabanel.


Otros de sus títulos pictóricos señalan los caminos por los que circula el artista en su infatigable “espeleología del pensamiento”, por ejemplo “J’ai embrassé l’aube d’été”, célebre frase rimbaldiana que nos señala su enraizamiento en la tradición del gran romanticismo (y desde Novalis), o “Things ain’t what they used to be”, título de uno de los temas más exultantes de Duke Ellington.


No olvidemos que Jacques Lacomblez es también un gran poeta surrealista. Pero además hemos de citar dos libros suyos que ayudan a nuestra supervivencia: Le peu quotidien (Syllepse, 2001) y Conversation avec Claude Arlan (Tandem, 1998). El primero consta de notas automáticas, pequeñas poesías y reflexiones diversas. Como estas:
Las buenas intenciones. ¿Usted quiere salvarme de qué? Hable más fuerte, no consigo oírle...”
“«Hay que salvar los bosques en peligro, porque son pulmones». No porque son bosques. Abyecta civilización que considera los méritos y ya no se atreve a inclinarse ante la gracia. El hombre revolucionario, ¿no habrá producido, para siempre, sino burgueses de Balzac y bonapartes de oficina?”
“¿Qué lugar, excepto un ser amado, para el nómada inmóvil?”
Traduzco, en fin, algunos pasajes de los estupendos diálogos con Arlan:
“Lo que yo veía en Van Gogh no era un «pintor» sino «un hombre que pintaba», y eso para mí es una diferencia importante. No me gustan mucho los «artistas», prefiero los «hombres que hacen», que pintan, que esculpen, que raspan, que pegan. En la poesía lo mismo, prefiero los «hombres que escriben poemas» a los «poetas», aunque haya muchos hombres que escriben poemas y que no son ni hombres ni poetas”.
“He sido siempre, no ya reticente, sino ciego a la arquitectura. Tengo muy mal gusto en arquitectura. Creo que no se ha hecho gran cosa desde los castillos de Luis II de Baviera. En cambio me gustan mucho las ruinas, sobre todo los monasterios en ruinas de C.D. Friedrich”.
“Con Breton, la atmósfera fue rápidamente calurosa. Me encontraba con un hombre que no era jactancioso, ni pontificante, que poseía una capacidad enorme de escucha y de entusiasmo para todo lo que los jóvenes podían aportar”.
“Tarnaud y yo éramos en cierto modo complementarios, y teníamos además las mismas desconfianzas hacia la escritura y la comunicación. Había en él, como en algunos surrealistas, una desconfianza con respecto al arte, a la cultura, un cierto dandismo también, que lo hacía pertenecer a la línea de los Rigaut, Cravan o Vaché y esa vertiente negra era muy importante para mí, pues yo sé que una parte de mí pertenece a ese territorio”.
“Tiendo a considerar la pintura como un arte inferior con respecto a la poesía, porque hay una química, una materia, una mediación. La pintura se ve frenada en su inscripción por los elementos químicos, por los elementos materiales, y la mano es instrumental, tiene necesidad de instrumentos, mientras que la poesía es la inmediatez del pensamiento, una corriente de pensamiento que no tiene necesidad de útil alguno, ni siquiera de un lápiz, puesto que se puede ser poeta sin escribir ni una línea, mientras que ser pintor sin pinceles y sin soporte... es más bien difícil. Yo me pregunto a veces si mi pintura no es una suerte de sucedáneo de una escritura no-posible. ¿Es pintura, por lo demás? Algunos dicen que no lo es exactamente, calificándola de pintura literaria o  de pintura cerebral, porque se da por hecho que la pintura no puede ser cerebral y debe ser estúpida... Y hay por ahí mucha pintura estúpida, y cada vez más...”
“El título siempre viene después. Como yo no preveo nada de lo que pinto, ignoro completamente lo que va a suceder sobre el lienzo cuando comienzo el cuadro. Creo especies de bosquejos, «croquis de suscitación», como los llamaba Marcel Lecomte; escojo  solamente algunos colores de entrada, mientras que, en el curso de la realización, otros se unen a ellos. Utilizo diversas técnicas de azar: manchas de trementina, papeles plegados e impregnados... que aplico sobre fondos a veces extremamente escasos, a veces numerosos, hasta el momento en que el resultado me parece susceptible de ser interpretado, de ser ahondado, más exactamente. Parto entonces al descubrimiento de un mundo que ignoraba, respetando el azar que se ha indicado, en suma, como un camino sobre el cuadro. Añado en seguida otras marcas que crean nuevos azares, nuevas sorpresas, hasta el momento en que considero el trabajo concluido. El título surge entonces por sí mismo”.
“Desde los años 89, 90, he tomado conciencia de que me era preciso salir de la pintura con objeto central, esa vieja manía occidental. Se encuentra hasta en el cubismo esa dictadura del objeto central, es decir, en el fondo, la crucifixión con la Virgen y San Juan a cada lado; solo han cambiado los objetos: la guitarra en lugar de la cruz, y las botellas a los lados...
"Creo que hay una eleccíón entre la vía surrealista y el arte. Y no sé si son compatibles... Esto dicho, creo que llegué al surrealismo porque me ha encantado, en el sentido mágico del término, porque transportaba algo del simbolismo y de cierto romanticismo.