lunes, 4 de junio de 2012

Jorge Kleiman, minero del microcosmos y el macrocosmos


Sabido es que Argentina ha sido uno de las tierras de elección de la aventura surrealista, con grandes poetas y grandes artistas. Entre estos tenemos a Jorge Kleiman, quien ha identificado su trayectoria con la del surrealismo nada menos que desde 1951, cuando, aún muchacho, lo descubrió en las clases de Juan Batlle Planas, junto a Roberto Aizenberg y Julio H. Silva. Cuando, en 1953, Robert Lebel dirige en Le Soleil Noir el Premier bilan de l’art actuel, vasto y extraordinario panorama del arte moderno desde 1937, no falta el nombre de Jorge Kleiman. Se lo asocia a los de sus condiscípulos y a los de otras figuras que hoy, pasado pues más de medio siglo, son otros tantos puntales del surrealismo nacido en la Argentina: Víctor Chab y Virginia Tentindó. Y piénsese que, entre 1926 y 1934, nacen Juan Carlos Langlois, Francisco Madariaga, Carmen Bruna, Roberto Aizenberg, Juan Andralis, Julio Llinás, Noé Nojechowicz, Víctor Chab, Julio H. Silva, Virginia Tentindó y, el más joven de la lista, Jorge Kleiman. Pocas veces, y creo que ninguna en América, se habrá visto surgir una constelación de tal magnitud en tan breve espacio de tiempo. Por lo que respecta a los nombres citados en el Premier bilan –Kleiman, Chab, Silva, Aizenberg y Tentindó–, de quienes se dice que se encuentran comprometidos “en la busca de dinamismos automáticos”, lo menos que puede afirmarse es que acabaron por cumplir plenamente lo que su ardiente juventud anunciaba.
Jorge Kleiman es ante todo un maestro del automatismo, un creador de imágenes deflagrantes comparadas por Edouard Jaguer, en su ensayo sobre “La pintura surrealista en Argentina”, a pepitas de oro extraídas del “pozo de la mina del automatismo” por “la interpretación imaginante del pintor-poeta”. Pintor-poeta, en efecto, ya que cada pintura de Jorge Kleiman es un poema en sentido absoluto, el fruto de un viaje a esas profundidades de la tierra, aunque a la vez a la vastedad sideral.
Entre las exposiciones más significativas, personales y colectivas, de Jorge Kleiman podemos enumerar la de 1971 con Aizenberg y Nojechowicz, titulada “Automatismo y elaboración”; la de 1976, cuyo catálogo llevó un texto de Julio Llinás; la de 1982, “Automatismo 82”, con Chab y Nojechowicz; la de Phases en Canadá, 1992, “Lumière du jour, lumière noir”; y las de surrealismo internacional “O reverso do olhar” en Coimbra, 2008, y “El umbral secreto” en Chile, 2011.
Importante es su asociación al grupo surrealista Salamandra, con el que Jorge Kleiman conectó de modo natural, al haber residido en España entre 1987 y 2005. No solo participó en diversas actividades del grupo, sino que sus imágenes están presentes en los números 3 al 10, así como sus fulgurantes “pintamientos” en los números 6 y 7. En uno de ellos, afirma: “La mayor grandeza del surrealismo consiste en contar con el azar en forma sistemática”.
Jorge Kleiman es uno de esos artistas del surrealismo, y no son pocos, que carecen de una monografía sólida, a su gran altura. Pero los críticos de arte prefieren escribir más sobre lo mismo, cuando no ocuparse de la nulidad reinante, siempre que esa nulidad esté en el candelero mercantil. El conocimiento disperso que tenemos de la obra de Jorge Kleiman es un motivo de lamento que no subsana la existencia de una buena página en la red: http://www.jorgekleiman.com.ar/
Abrimos esta nota con una obra suya reciente, y la cerramos con “El paraíso incendiado”, que reproducía Salamandra en su n. 7 (1995):